Wednesday, August 13, 2008

Away with the Fairies






Oxford, los jardines que inspiraron a Lewis Carroll

Vengo regresando de un postergado viaje. No por mi voluntad, claro, que de transeúnte, señora, vaya si tengo ejercicio y condición. Los arcontes, usted sabe, patrullan incesantemente las aduanas del espíritu y escapar de sus ojos de buitre no es fácil. Pero aconteció que, finalmente, crucéelcharco dejé atrás las ominosas montañas andinas, la infinita selva brasileña y durante la noche las pléyades guiaron al pájaro de plata ibérico a “la inquieta Europa”.


El destino final sería ese amable y verde museo al aire libre que es Gran Bretaña. La bella Edimburgo y la metrópoli definitiva de Londres sellaron mis pasos absortos y ebrios de asombro. Palidecen las baedeckers y travels and livings de este mundo ante el paseo del ojo desnudo. El viaje, dice Joseph Campbell, transforma al héroe, quien, al fatal e inevitable regreso, se sumerge en la laguna Estigia de la otredad y su destino queda trazado hacia la luz o el abismo. Qué de cosas he visto, diría como el hablante alucinado de Ecuatorial de Huidobro: Escocia es una doncella feérica oculta entre el bosque fragante y la piedra negra, Inglaterra, la casa de las rosas y los castillos, la intriga y la gloria.



Hollyrood Park, Edinburgo


Había música en todos lados, orquestas y bandas se voceaban infinitamente aquí y allá, tiendas insólitas prodigaban partituras y discos sin medida, musicales ofrecían orquestas rigurosamente en vivo y actrices hechas a mano por la mismísima Cipris, como en Chicago o The Ghost of The Opera de Lloyd Weber (era de rigor en Londres), buskers asombrosos regalaban melodías en instrumentos rientes y sardónicos como una animada gaita esquinera en Edinburgh, un zither pensativo en Durham, unos steel drums sinfónicos en Bath o un dueto londinense de cuerdas de Bach en un túnel de Southwark bordeando un Thames orgullosamente intemporal...




Unknown Pleasures, Saint Andrews

Unknown Pleasures, una disquera de Saint Andrews situada en una casona del siglo XVIII me deparó a Anthony Braxton y la Creative Music Orchestra de 1978, una caja con la integrale de Nick Drake, Laughing Stock, el increíble testamento de Talk Talk un par de vinilos de Magma(!) y un largo etc. En Bath y Oxford tiendas numinosas me tentaron con las piezas de piano de Takemitsu editadas por Naxos y las Klaviertsücke de Stockhausen completas, sin embargo opté, dolorosamente, por las partituras de L’Histoire Du Soldat (anotada!), la Symphonie Fantastique y por supuesto las Eight Songs for a Mad King de Peter Maxwell Davies. Evidentemente, estuve en el gabinete de George III en el British Museum y su increíble colección de relojes. Sin embargo, me quedé con las ganas de hacer el peregrinaje a Louth, para ver a Robert Wyatt pero me llevé, desde Fopp! su última, sentida e iracunda joya Comicopera, tampoco pude ir al Barbican y sus múltiples conciertos, pero en fin, ni Roma (ni Londres) se hicieron en un día. Puedes caminar en estas tierras, sin temor, te saludarán lo árboles, los palacios y la belleza de sus mujeres, quienes, a diferencia de nuestras tiesas y malhumoradas chilenas, devuelven la sonrisa cuando las admiras.



Dándole a las pailas este maestro en Bath


En el Victorian Albert Museum hay una sección de instrumentos musicales antiguos. Premunido de la clarividencia del viajero, casi puedo oír el eco de hurdy gurdies, spinets virginals, barrel organs, oficlides y tantos otros en calles barrocas, iglesias góticas o plazas del mercado. Estas son algunas de esas joyas que alegraron a los transeúntes hechizados por el melos de otro tiempo:




Barrel Organ




Virginal




Oficlide



Arpas y clavecines siglo XVI-XVII


Diferentes lutes y violas d'amore