Sunday, November 20, 2011

LETRA: ALEX ROSS Y ANDREW JONES, MÚSICA:…





Pesquisando arduamente la existencia de lectura (efectivamente) interesante sobre música, que no sea grosera apología de compinche de parranda, enciclopedismo aburrido o reseñas soporíferas de solterona que va a conciertos, descubro la existencia de un divertidísimo libro del crítico musical del New Yorker Alex Ross. Es raro, desde Barthes o el Bloom menos pedante, toparse con algún libro de este tipo que lo sea; la crítica es tarea de personas serias que comen en restaurantes caros y fuman tabaco holandés desde un balcón art noveau, arrojándole cenizas a todo el mundo, menos a los amigotes artistas que, precisamente, los invitan a comer a esos restaurantes caros. The Rest is Noise, que así se llama el voluminoso opus de Ross (traducido al español un poco tontorronamente como El ruido eterno(?)) es generoso en pormenores, exultante, imparcial, equivocado, como usted quiera, pero sobre todo, divertido. ¿El tema? Una nueva historia de la música contemporánea. Como advierte Colin Greenwood, el bajista de Radiohead, (uno de los tantos nombres de famosos que atiborran la tapa y la falsa carátula del libro, en lo que, literalmente es un tirar y tirar de flores un poquito excesivo), es negocio difícil, y Ross mágicamente lo vuelve un apasionante seguimiento de las figuras más relevantes de la música llamada contemporánea.

El amanecer del iconoclasta

En lo que parece un tren vertiginoso y más que amenísimo, de citas, anécdotas y comentarios de gente notable que-estuvo-allí el día de los estrenos claves de nuestro siglo desde Richard Strauss y el hoy por hoy merecidamente exaltado Mahler, hasta lo que él considera su actual encarnación, el compositor de Harmonielehre John Adams, Ross propone discutir, problematizar esta periodización desde el notable punto de vista del contexto propio del siglo XX, siendo la música de este período el reflejo de lo que el autor denomina acertadamente la lucha entre diversas políticas del estilo. Pasando revista por las buenas -y por las malas- a todos nuestros ídolos de ayer y hoy, sean Mahler, Schoenberg, Webern, Varese, Ligeti, etc. Ross intenta aclarar el papel efectivo que ellos y muchos otros tuvieron en estas políticas, como pocos, el autor abre ojos, se entusiasma, rechaza, propone y dispone. En eso consiste su riqueza y también sus carencias, como ya veremos.





Claro que esta intención autoral no es nueva. Baste acordarse de Antoine Golea y su venerada (por mí, al menos) Introducción a la música de nuestro tiempo, en la que el francés con ese tono tan Nouvelle Revue Francaise se presume de haber casi descubierto a un Messiaen, un Stockhausen, un Pierre Boulez, o un Iannis Xenakis. En una serie de capítulos notables rescata a Webern, exalta a un Millhaud, a un Varese y ataca valiente y quijotescamente a John Cage con un encanto satírico de notable y artera escritura. No sorprenden su predilección por Schoenberg o su repudio contra el neoclasicismo de Stravinski, (Juan Carlos Paz hará lo mismo con argumentos más técnicos aunque no menos eficaces retóricamente) Bellamente Golea describe, como él señala, paso a paso, veinte años de música contemporánea, en su burbujear de tendencias y anarquía de estilos. El autor toma específico partido y dispara sin temor. Está ese subgénero tan interesante de relatar, con gesto de partisano, que él también estuvo ahí en la escandalosa World Premiére (jeje, Frank Zappa ha dicho que casi siempre en la música contemporánea "World Premiére" equivale a "Last Perfomance") Están el dodecafonismo, el serialismo y sus rivales neotonales y sus correspondientes campeones, como en Ross, pero groseramente se advierte el ninguneo inexplicable a Ligeti y Penderecki. También el silencio de un crítico es elocuente.


Héroes y villanos




Vuelvo a Ross y su retórica de neoyorkino: todo lo sabe, todo lo ha escuchado, y su escritura rinde tributo a ese acento dead pan tan propio de la Roma del mundo (pos)moderno. Las abultadas páginas de The Rest is Noise son como dije generosas y divertidas. Como pocos, Ross retrata la grandeza y ocaso de las extraordinarias personalidades de un Strauss, un Schostakovich bajo la opresión de regímenes tan estéticos y brutales como el nazismo y el comunismo. Vemos a un Hitler melómano y erudito, a Stalin manipulando un gramófono para los amigos (pedófilos como él, supongo), a un Varése desempleado, actor de películas de terror, a un Webern disfrazado de militar con un casco gigante y piropeado por Poulenc (en serio), a Messiaen zampándose una torta con su esposa, vemos a Steve Reich manejando un taxi y a Schoenberg gritándole a una compatriota alemana en una frutería de Los Angeles que él no es Adrian Leverkühn, él héroe trágico del Doktor Faustus ni mucho menos. Y en fin, un genial etc. A estas viñetas divertidas, Ross contrapone bellos y dramáticos retratos de los últimos momentos en vida de Bartok, Debussy o el subvalorado Sibelius, penetra, como pocos, en la intimidad de un Mahler, un Ives, un Duke Ellington, analiza certera y esclarecedoramente numerosas obras cumbres de los autores citados y, como dije, busca proyectar una luz, no sólo de la llamada música culta, sino sus adláteres populares, en especial el jazz y el rock. Pero Ross, a diferencia de Golea, es estadounidense, y aquí las diferencias empiezan a ser mayores que las simpatías.

Finalizando la mitad del libro, y cuando ha notado que nos hemos divertido bastante y aprendiendo todavía más, Ross extrae ese peculiar acento puritano que todo gringo lleva dentro. Insistiendo en manidos blanco y negro, cae en el cliché de denostar la retórica bélica de las vanguardias, desde principios del siglo XX hasta Darmstadt, fustiga, y malentiende, gestos supuestamente pronazis en un Webern o un Dallapicolla (lea The path of New Music del primero y las cartas del segundo, jefe, y despeje sus dudas), ningunea al serialismo y banaliza todo lo que huela a europeo a partir de los ’50 en la retórica más sospechosa de la posguerra en la que sigue viviendo su cabeza; desaprovechando páginas valiosas en un revanchismo que huele a un Michael Nyman o a propagandistas peores como Kyle Gann, cree ver en el minimalismo estadounidense la salvación de una tonalidad que nunca cree ver en crisis (pese a evidencias del porte de una catedral), en verdad la extraña, y le aduce buenas intenciones que no están en ninguna parte, porque también el discurso de un Lamonte Young, un Reich o un Morton Feldman es asimismo política -excluyente- de estilos. No es política contra la burguesía como en Eisler, Nono, o Lachenmann, pero tampoco es diletantismo, también busca seguidores y tiene víctimas muy claras de sus ataques. Cuando Ross señala que, pese a los “avances” de un Haas o, precisamente, un Lachenmann, Alemania sigue pareciendo “la escena de un crimen en investigación”(SIC) uno se pregunta, (a la chilena), viendo la “amigable” política externa del garrote de EEUU, ¿y usted? La actitud política y cultural de EEUU de la posguerra no es el campo fértil que Ross nos sugiere, los gringos no salvan ningún mundo desde 1945. Me falta esa censura del neoyorkino hacia los suyos, con el mismo rigor que a los alemanes o los rusos, como sé que lo haría un Noam Chomsky, por ejemplo. Insisto, disfruto el libro y éste se relee jubilosamente, pero cuando el autor exhibe sus tesis de trasnochada ética tipo plan Marshall, uno no puede dejar de sentirse algo decepcionado y prefiere, en cambio, lo mejor de Ross: La invitación a profundizar, a reescuchar, a releer. Yo mismo, apenas cerré la tapa, (sí, con tristeza, lo confieso) corrí a comprarme Doktor Faustus, la novela de la vida de un compositor del siglo XX que Ross recomienza y que todo músico debiera leer. De más esta decir que todos los músicos sí leyeron esta obra maestra de Thomas Mann, en la cual se alude en clave a Schoenberg. Vaya y consígala, buen hombre, que es literatura de verdad, después sigue aburriéndose con el novelista de turno de los charts.



Posdata: En donde aparece un héroe inesperado

Olvido decir que antes de terminar su libro, Alex Ross hace un examen, un poco apresurado, de las últimas tendencias del siglo XX y comienzos del XXI, reconoce el imperio del eclecticismo, el multiculturalismo y celebra, como corresponde, el aumento de escenas y públicos, atomizado, al margen de las majors, pero aumento, al fin y al cabo; sin embargo, deja una cantidad de nombres a un lado que desconcierta. ¿No tuvo tiempo él o sus editores le exigieron cerrar la edición ya? ¿Por qué no profundiza el aporte a la tradición estadounidense maverick, poliestilística iniciada por Ives en un Frank Zappa, en un John Zorn o un Elliot Sharp? ¿Dónde está el aporte sustancial del rock de vanguardia inglés de Soft Machine, que unió antes que Miles Davis, el pop, el jazz y la música contemporánea? ¿Dónde está su vasta y fértil descendencia, el Rock de cámara europeo, que a su vez generó compositores de renombre actual como Christian Vander, Heiner Goebbels, Lutz Glandien, Iancu Dumitrescu, los compositores del sello Tzadik, Recommended Records y Winter&Winter?, ¿para qué citar otra vez a Robert Wyatt o el Rock In Opposition? Ross sólo ve aportes hasta The Velvet Underground o Brian Eno (quizás Radiohead o Björk) e ignora en su fabuloso catálogo al resto. Pero cuando concluye citando a Missy Elliot y Timbaland (!), el lector queda más que perplejo. Really? Pero no se preocupe, Mr. Ross, yo soy su fan y de buen grado le recomiendo el brillante libro de Andrew Jones, Musique Actuelle: Plunderphonia, Pataphysics & Pop Mechanics, de 1999, donde el autor canadiense hace todo el trabajo que usted esta vez no hizo: Presentar, mediante excelentes entrevistas y comentarios de gran factura escritural, una escena nueva, viva, brillante y mucho más creativa que sus minimalistas y neotonalistas preferidos que nunca, nunca serán como Der Mahler, pero que más de alguno de ellos va destinado a ser. Una escena ecléctica, desprejuiciada, virtuosa y crítica. Una escena que aún tiene mucho que decir. Léala, e inclúyala en su nueva y aún más exitosa edición. Se va a acordar de mí. Palabra.



Bibliografía apostillada:

Alex Ross: The Rest is Noise. (2009)London, Harper Perennial: El autor tiene un blog (http://www.therestisnoise.com/) donde complementa datos de libro, con memorabilia notable como fotos (vean la de Shoenberg, cellista, tipo rock star euro) y fragmentos de audio de las obras que cita. Mejor pedagogía imposible. Ah, incluye entradas donde matiza algunas opiniones del libro, como el supuesto racismo de Edgar Varese, cuando narra que nada menos que Charlie Parker le solicita estudiar con él, el autor de Arcana accede, pero nunca se encontrarán.

Andrew Jones: Plunderphonia, Pataphysics &Pop Mechanics (1999) Saf Publishing. Completas entrevistas precedidas por brillantes introducciones: Desde Zorn a Tom Ze, de Amy Denio a The Residents. Absolutamente recomendable. Documento de estudio obligado para estudiosos del futuro, sin ir más lejos.

Antoine Golea: Introducción a la música de nuestro tiempo. (1967) México, Era. Se deja leer con soltura y mucha hilaridad. En verdad anticipa juicios que otros autores validarán posteriormente. Incluye una discografía recomendada, pésimamente traducida por un pajarón de Era. (¿Cómo traduce Deserts de Varese como “Postres”?, exijo una explicación)

Thomas Mann: Doktor Faustus. (1991) Barcelona, Edhasa. La conmovedora novela sobre un compositor que pacta con el diablo y genera una obra preturbadora, alusión en clave no sólo a Schoenberg, sino a Teodor W. Adorno, coescritor de los análisis musicales de la novela y más aún a todo el pensamiento filosófico y estético alemán antes de la Segunda Guerra. Narración extraordinaria y gestora de mil relecturas. Una de las novelas claves del siglo XX. Amerita una entrada propia del blog. En preparación.

Saturday, October 22, 2011

Mientras tanto, en el salón de la justicia...



No soy un tipo que vibre particularmente con los monopolios, no alabo a los que ganan porque ganan o tienen la sartén por el único lado por donde no pueden quemarse. Pacientemente el mundo y yo hemos ido labrando una prudente distancia. Con una diferencia, que, por ahora, me absuelve de ocuparme de él: Yo sé lo que pasa con él; él no tiene idea qué pasa conmigo. Gotcha…

Las gentes parecen despertar de letargo que les insuflaron los mercachifles, hablan cada vez más fuerte. Las redes (virtualmente) sociales colapsan de gritos y consignas de todo tipo. En el salón del mal, los líderes bancarios y sus sicarios de las bolsas de valores se miran intrigados. Ya el oráculo del dow jones no es tan efectivo ¿Hora de pagarle al Tentador?

Me gusta la metáfora comiquera, la mezcolanza popular divertida con el discurso que quiere decir algo puede ser algo más que una figura retórica y para probarlo reproduzco una vez más en el dulce rigor de mi soledad los discos de Rock In Opposition que lo demuestran. En el salón de la justicia, esto es, en el único espacio inquieto tolerable que es la música, tengo algo más que una vernissage para apurar unos tragos. Tengo libertad que fluye de los auriculares a borbotones. Tengo varias bandas y amigos verdaderos a mis alrededor, en, fin, carry on…

Estos días me han traído el viento fresco de la bella y divertida música que nos legó ese sublime clown: Lars Hollmer. Como solista, como líder de la Looping Home Orchestra o, como es mejor conocido, con las variadas versiones de Samla Mammas Manna, también como sideman de Fred Frith en el seminal Gravity, y tantos otros. Sammla Mammas Manna es una banda sueca que toma su extraordinario nombre de la sana costumbre de los cronopios de escuchar a los niños inventando nombres. Maltid o “La hora de la colación “ es, además del glorioso disco folk cósmico que es, toda una declaración de principios que aparece refrendada en la carátula: Remember: Joy is contagious! Para llevar ese slogan a la práctica harán uso de una rítmica desenfadada, un uso más que inventivo del estudio, de melodías inolvidables, de virtuosismo y colorismo tímbrico a borbotones, de aires circenses que también aparecen, con variantes un poco más sarcásticas, en sus amigos de Etron Fou Leloublan. En una de las últimas encarnaciones de este proyecto, Von Zamla, Lasse (así lo llamaban quienes tuvieron la suerte de ser sus amigos) no halla nada mejor que iniciar su primer disco Zamlaranama con Harujanta, ése clásico instantáneo que no dejo de tararear en todos lados, ante la consternación de transeúntes y alumnos por igual. Usando la clásica impronta del rock europeo no gringuizado, de la mano de fagot y oboe, cortesía de Michel Breckmans, (el mismo de tantos proyectos increíbles) de glockenspiel y acordeón, de teclados, guitarras, bajos, percusiones y falsetes divertidos, Hollmer nos da algo más que el RIO quintaesenciado en esos trepidantes 7 minutos y 50 segundos: Tiene la virtud de brindarnos, en capa tras capa, y de un modo casi inagotable, diversas formas de felicidad… Espero que, donde esté el gran maestro sueco esté divirtiendo a quizás que númenes con su aura esplendorosa de comediante glorioso.



Harujanta... sin palabras.

Volapuk es el proyecto más reciente de Gigou Chenevier, el rabioso tamborilero de Etron Fou. Llevan cuatro discos. Destaco el primero, Le Feu de Tigre, donde un trío de batería, clarinete bajo y cello se llena de contrapunto, rítmica incisiva e intempestivos cambios de temperamento y agógica. Presiento que algunos temas le quedaron a Chenevier de la cantera de Etron Fou como la sarcástica y antiyanqui Coca Cola. Otros temas como Aimables Innombrables, Bach is Back , El sombrero, y el track homónimo extraen todos los colores y técnicas extendidas de cada instrumentos, citas auténticas y falsas de música clásica y folklórica, líneas melódicas complicadas, armonías stravinskianas y un variado y atractivo etcétera, que finalmente confirman la capacidad irreductible del queridísimo Samba Scout para reinventarse . Divertido, complejo, siempre pionero. Excelente.


Bach is back... not dead

Amigos cercanos de Zamla, los belgas Aksak Maboul básicamente son el duo de Mark Hollander y Vincent Kenis, en teclados, clarinete y cuerdas, respectivamente. Escucho Onze dances pour combatir la migraine, su primer disco, yo ya conocía el segundo, Un peu de l’ame de bandits, que contaba no sólo con las considerables garantías de Frith y Chris Cutler y otra vez ese genio travieso de Michel Breckmans, sino que con el ABC propio de lo que se ha llamado Rock in Opposition. Al virtuosismo instrumental, el poliestilismo se le agrega la plunderphonia (esto es, el sampling creativo, la intertextualidad podríamos llamar inventiva de registros discográficos previos) y el dadá (el disco incluye el recurso de Tristan Tzara de componer un tango en base a partituras recortadas en tijera y cuyos fragmentos fueron mezclados no en el estudio, sino en un sombrero). Onze dances… ya presentaba estos y otros elementos con una instrumentación mucho más camarística e íntima. Guitarra, piano, clarinete. Órgano, samplers antes de que los samplers existieran (la cita aparece en el booklet de Un peu…)Pero ya el sentido del humor y la multiplicidad de estilos e intenciones aflora por todos lados: Voces infantiles, falsa música étnica, tríos bartokianos, actitud a lo Erik Satie, proto tecno (escúchese la increíble Saure Gurke), muzak irónico, etc. se suceden para deleite del auditor, que encuentra una recompensa a cada nuevo track, como en un buffet electrónico que se pierde en el espacio. Es en este contexto que el disco Un peu… se comprende de un modo radicalmente nuevo, como una especie de segundo movimiento con aún más fuerzas orquestales en juego.



Saurke Gurke... a bailar, a bailar... en 1977!


Las vertientes del RIO nunca se secan y su vida útil parece gozar de excelente salud, gracias a las nuevas bandas que emergen de sellos como Recommended, Voiceprint o Cuneiform. De este último, y para cerrar esta jubilosa entrega, surgen los extraordinarios Birdsongs of The Mezosoic y su disco Dancing On A’A. Piano, sintetizador, guitarra y percusiones análogas y digitales se conjuran en una sorprendente y contundente fusión de jazz-rock, garage (ojo con la guitarra) y minimalismo. Es como si la agrupación de Phillip Glass hiciera una jam session mientras el otrora minimalista interesante compusiera, esto es, durmiera. El lenguaje de RIO surge claramente en el predominio rítmico, los cambios de métrica, las citas y timbres variados, el minimalismo west coast aflora en las líneas del piano y los secuenciadores, como ocurre en temas como Swamp, Ptinct o A band of Deborahs. El grupo aún está activo. Vale la pena seguir sus nuevos derroteros. No así el del ya repetido en la repetición autor de Einstein on the Beach



Un canto prehistórico de los pájaros mesosoicos, en su etapa inicial...

Posdata arqueológica: En Youtube puede encontrarse una actuación borrosa, de pésimo audio de Von Zamla tocando Harujanta. El archivo es como una postal sepia encontrada en una tienda olvidada de un mercado persa, un saludo sonriente de otro mundo irremisiblemente perdido…

Sunday, August 14, 2011

Canción de batalla


flickr.com/photos/dizzlecciko
(Texto indignado, no resentido, es necesario salir de vez en cuando y oír, hasta el ruido que no nos gusta...)
Claro que es fácil vegetar, dejar que otros hablen y decir ellos saben más que yo, como dice esa canción de batalla de Los Prisioneros que a tantos nos conmoviera y nos moviera ya en los ’80. Digo canción de batalla pensando en el concepto musical que desarrolló Hans Eisler en los años locos veinte ante el vórtice que se venía. Ante la injusticia, el oprobio y el descrédito de la clase política había que cantar con la cabeza de vuelta a la realidad. Canción protesta lo llamábamos en Chile, medio despectivamente, y muchos creyeron, ingenuamente que caído el Dictador, no hacía falta este discurso subversivo en la música. Al menos de eso nos convenció la conformista y timorata Concertación. Hoy, relevados del poder por sus “enemigos” (ya no estoy tan seguro que lo sean), se ven deslegitimados por un movimiento ciudadano más indignado y altisonante que nunca.
Nuestros chicos se han tomado la calle y son los portavoces del grito ahogado en la garganta de todos nosotros. Dejamos que la élite hablara y decidiera por nosotros, nos resignamos, muchos cayeron en los paraísos artificiales del consumo y son víctimas actuales de las deudas que fortalecen y engordan a los especuladores que prosperan en base a un sistema gestado sólo para ellos y sus amigos, parientes y compañeros de colegio. Pero también un basta desordenado, despeinado y multifacético se está desgranando por las calles. La calidad de vida no tiene por qué pagarla el que tiene más. Es un derecho que pagamos tú y yo con nuestros impuestos, con nuestro trabajo: El estado somos tú y yo, el gobierno tiene que hacernos a ti y a mí merecedores directos de sus éxitos económicos voceados tan engoladamente. Basta de asistencialismo despectivo de nariz respingada, “sí, tiremos un par de bequitas, que también estudie una cosita el rotito”. Países de la OCDE de verdad mantienen educación pública y de calidad para todos y siguen exhibiendo logros neoliberales lo suficientemente convincentes como para generar infinitos orgasmos en las bolsas de metales de todo el mundo. No podemos seguir dando oídos a la letanía monótona falsamente pesimista de ministros ni de clasistas (un)think tanks que nos llaman a agachar la cabeza y seguir trabajando que la empresa es mía caramba y te echo cuando quiero porque ninguna ley laboral te favorece. Vemos pasar el éxito material ante nuestras narices, el exhibicionismo de lujos del 10% que controla el 80% de la riqueza, no es justo seguir tolerando tanta desigualdad. La desigualdad es el resultado de un proceso económico, es por tanto una coyuntura cultural, convencional, y como tal, puede cambiar, no es un asunto “natural”, sine qua non, como le gusta creer a cierta gente. Este jaguar neoliberal, ejemplo para el resto del continente, está peleando con Angola el cetro al país con la peor distribución del ingreso del mundo. Quelle prestige
Supongo que fácilmente ha sido revelada una realidad, que ya estaba a la vista de todo el mundo, queda claro que lo que las elites u oligarquías realmente tienen es miedo a que alguien atente contra su sacrosanto derecho de propiedad. Tranquila señora, nadie quiere restaurar el soviet ni la Alameda va a llenarse de tanques rusos, tranquila que ni el Chicho ni sus upeorros van a volver a llenar al Chile lindo como un sol de caos marxista. Tranquilo usted caballero que el Dictador no va a salir de su tumba bailando Thriller con sus zombies carniceros CNI. Ese Chile ya fue, el de ahora camina al desarrollo, prospera, se moderniza, el periodismo por fin informa, sin miedo, pero todavía unos pocos lo disfrutan, los demás esperamos el turno en la eterna incertidumbre. No somos tampoco una manga de flojos que queremos caridad. Yo nunca lo he sido ni mi familia. Trabajamos tanto o más que usted. No necesitamos banderas, sólo queremos que escuchen la canción que las marchas y las cacerolas que han vuelto saturan no en tus radios compradas sino a lo largo y ancho del país que crees que es todo tuyo. No de sueños, no de impaciencia, sino de realidad.
Dejo pegadas dos canciones, primero el reggae básico, semi amateur, imperfecto de Los Prisioneros, la música tiene que ser así a veces para impactar.
Acá la letra, si la ha olvidado, joven-aún:
Por la autoridad
que nos da el buen juicio
y en pleno uso de nuestra razón
declaramos romper
de forma oficial
los lazos que nos pudieron atar alguna vez
una institución con forma de representación
que nos declare parte de su total
con toda honestidad
y con la mente fría
renegamos de cualquier patrón
ya todas las divisas
nos dan indiferencia
renegamos de cualquier color
se llame religión, se llame nacionalidad
no necesitamos representatividad


No necesitamos banderas
No reconocemos fronteras
No aceptaremos filiaciones
No escucharemos mas sermones


Es fácil vegetar
dejar que otros hablen
Es fácil vegetar
dejar que otros hablen
y decir ellos saben mas que yo
ponerse una insignia
marchar detrás de un líder
y dejar que nos esgriman como razón
no vamos a esperar
la idea nunca nos gusto
ellos no están haciendo
lo que al comienzo se pacto


No necesitamos banderas
No reconocemos fronteras
No aceptaremos filiaciones
No escucharemos mas sermones



Como contraste de rigor, que incluso la buena cocina lo exige, les dejo otra vez a Henry Cow quienes escribieron esta furiosa obra, Living in the Heart of The Beast, en el contexto de los ’70, como una especie de Pierrot Lunaire gramsciano. Qué vigente es sobre todo la parte final de la canción.
Transcribo el trepidante, emocionante final. Como lo dicen los romanos el arte debe deleitar, conmover y deleitar. Enjoy and sing along!:

Now is the time to begin to go forward - advance from despair,
the darkness of solitary men - who are chained in a market they
cannot control - in the name of a freedom that hangs like a pall
on our cities. And their towers of silence we shall destroy.

Now is the time to begin to determine directions, refuse to admit
the existence of destiny's rule. We shall seize from all heroes and
merchants our labour, our lives, and our practice of history : this,
our choice, defines the truth of all that we do.

Seize on the words that oppose us with alien force; they're enslaved
by the power of capital's kings who reduce them to coinage and
hollow exchange in the struggle to hold us, they're bitterly
outlasting... Time to sweep them down from power
- deeds renew words.

Dare to take sides in the fight for freedom that is common cause
let us All be as strong and as resolute. We're in the midst of
a universe turning in turmoil; of classes and armies of thought
making war - their contradictions clash and echo through time.



Hipertextografía:

Infórmese de verdad:




Sunday, February 06, 2011

Varios redescubrimientos de Brian Eno



Azar objetivo

En ese inadvertido tratado de magia clásica que es The Golden Bough, Fraser describe cómo una serie de eventos pueden concatenarse según los elementos que el mago advierta que tienen en común, aunque se pierdan en el camino, en el decurso de los días, de una manera u otra vuelven a reencontrarse. Recordé ese principio mientras revolvía las cajas de libros y curiosidades varias de un amigo canadiense que decidió-supongo que para mejor- abandonar esta ínsula y volver a su patria; para aliviar equipaje, mi amigo había decidido subastar, a precio de huevo, algunas cosas que estimaba meras prescindencias. Así obtuve, una versión abreviada pero bastante puntual de The Decline and Fall of The Roman Empire de Gibbon y un par de tratados de Carl Gustav Jung, a lo que se agregaron luego un busto de bronce de Wagner y un ejemplar algo nada menos que A year with Swollen Appendices, un fragmento de los diarios de vida de Brian Eno. La peculiar subasta ocurrió un día de invierno. Llegué a mi casa con la satisfacción del niño al que un día, sin saber cómo ni por qué, su tío favorito le regala los juguetes de su infancia (esos que perversamente presidían las mesas de arrimo y anaqueles y no podías tocar por nada del mundo), instalé la mirada severa y alucinada del genio de Bayreuth en mi biblioteca (ante la consternación de mi moderna esposa que ya me vislumbra apestando a polillas y naftalina), me sumergí en Gibbon y Jung y decidí archivar la cotidianeidad del autor de Neroli para días más calurosos.


Un casette ochentero

La música de Brian Eno venía rondando en mi memoria desde hace mucho tiempo. Todo comenzó, a fines de los ’80, con el hallazgo de un cassette en el Goethe Institut (donde muchos aprendimos a cultivarnos en nuestra época adolescente) que contenía Discreet Music y Music for Airports. La repetición de ciclos melódicos que variaban sutilmente en su textura, la dinámica casi rondando el silencio me produjeron extrañeza, luego tedio, luego interés, después no podía dejar de oírlo. La música ambient, creada por Eno se convertiría en un género con perfil propio, definido por su autor como la generación de un espacio sonoro no intrusivo que propicie una instancia para que el auditor no se concentre necesariamente en lo que oye, sino que ejecute sus actividades libremente y tenga espacio y tiempo para pensar. Espacios inquietos para el reencuentro con el Self, en suma. Así, el tiempo de la música se fusiona al de la realidad del auditor. Por cierto que encontramos antecedentes de esto en Lamonte Young, en el cómplice de fechorías de Eno, Harold Budd y en general del minimalismo estadounidense. Pero también de la escena experimental inglesa de principios de los sesenta - me refiero a la Nueva Consonancia de gente como Cornelius Cardew, la Portsmouth Symphonia, Gavin Bryars y, sí, nuestro villano favorito Michael Nyman. A muchos de estos últimos Eno los editará en su propio sello Obscure.


Hasta entonces era lo que más o menos sabía de él. Luego, mirando los créditos de varios de mis discos (actividad muy educativa que recomiendo) lo descubro en su faceta de visionario productor de música pop. Suena paradójico, vendido si usted quiere ser fundamentalista, buen hombre. Pero lo cierto es que Eno sabe aunar, mágica, alquímicamente si se quiere, en sabia nupcia, el arte musical popular y la propuesta intelectual más profunda de las vanguardias. Disco en el que pone las manos, por ende, cambia el destino de sus artistas, para bien, por cierto. Es él quien está detrás, por ejemplo, de The Lamb Lies Down on Broadway, el mejor disco de Genesis, de Fear de John Cale, de la llamada Berlin Trilogy de David Bowie entre muchos otros como Laurie Anderson, Talking Heads, James e incluso U2, a los cuales les produjo los mejores discos de su historia, el notable Passengers incluído.

Danza contemporánea

Tiempo después, a mediados de los ’90, en un espectáculo de danza contemporánea, descubro otro clásico: My Life In the Bush of Ghosts, compuesto y grabado junto a David Byrne. Música étnica tratada cibernéticamente acompañada con fragmentos radiofónicos de cantantes orientales o predicadores maniáticos, dentro del concepto de Fourth World (ideado por Eno y el trompetista John Hassell) que dará lugar a un sonido cuya fértil descendencia puede encontrarse en las diferentes vertientes del tecno, ya sea el jungle, el trip hop, el electrobody, etc. Muchos años después encuentro este trabajo en una esotérica disquería de Providencia, me lo llevé junto a Music For Films y a Before and After Science. Confieso que estos últimos los pesquisé en mi época de completista porque tocaban Fred Frith y Robert Wyatt. Music for films es algo así como evocadores y encantadores fragmentos de conjeturales obras ambient que se te quedan pegados al oído por semanas enteras (Ahí están Slow Water o From the Same Hill para probarlo, quieta belleza, lágrimas en lo secreto…)


Before… fue notable, como-reza-su-título- contiene una parte pop y otra más cercana al ambient, pero esta vez, nuestro hombre es quien canta. Asombro total: Pop de gran factura armónica y tímbrica, invitados de lujo, nada menos que Robert Fripp, Phil Manzanera, Jaki Libezeit, los ya mencionados Frith y Wyatt (bajo el pseudónimo de Shirley Williams) e incluso Phil Collins (cuando era un tipo al que le interesaba la música) un disco completamente adelantado a su tiempo, antedata todo el pop de los veinte años que seguirán. Ejemplo de ello temas de belleza conmovedora como Julie with… o By this river (usado en el filme La habitación del hijo) o ese temazo pop que batiría todos los charts de cualquier radio decente: King Leads Hat (anagrama de Talking Heads). Raro, me pasó lo mismo con el cassette ochentero: Desconcierto, tedio, desafío y luego largas escuchas sin fin. Es uno de mis discos favoritos de Brian Eno a ultranza. Más que recomendable su audición que usted debiera hacer ¡es que ya!


Un año en la vida

Fue así como finalmente llegó el libro autobiográfico de Eno a mis manos. Ya en los terribles y universitarios ’90 había leído sobre él: En el amenísimo Nueva música: De la música industrial al tecno pop del periodista español Adolfo Marín (re)descubro a Eno, esta vez descrito de un modo genuinamente admirativo como un aristócrata refinado que se ha levantado pronto y tomado un buen desayuno, destaca su enfoque plástico a la música (eso de no-músico, como Marín señala, ya no me convence tanto) y lo consigna a él, a Kraftwerk y Can como las grandes vertientes de donde emana todo el rock de los veinte años siguientes. Hoy tengo la autobiografía de Eno (editada nada menos que por Faber & Faber), y el panorama es aún mejor, en estas cándidas y reveladoras páginas no vemos al aristócrata snob imaginado por Marín, sino un hombre que parece venir de vuelta de todo, que frisa los cincuenta años, continúa componiendo y grabando en plena forma y persiste, como tan pocos, en la búsqueda y el asombro. Sin un tono automitificador ni narcisista, su prosa concisa, irónica y clara nos muestra (pocas veces bien dicha esta palabra en una autobiografía) sus orígenes de clase media trabajadora, sus ratos de mal humor y de risa incontenible, sus excelentes y variadas lecturas, también consigna duchampianas apostillas sobre prácticamente cualquier tema (de la arquitectura a la masturbación), diálogos recogidos en la calle, vocablos inventados por sus hijas pequeñas, sus acciones políticas concretas (como la fundación War Child y su crucial rol en la Guerra de Bosnia-Herzegovina), su rol de profe que abre puertas (los que valen la pena), de padre modelo y consentidor, de cocinero barroco y jardinero, de ciclista y nadador part time. No conforme con tanta maravilla, Eno le obsequia a sus lectores esclarecedores ensayos cuyos temas van desde la música ambient a la entonces naciente -y algo fraudulenta- industria del CD-ROM. Thought-provoking, como dicen los gringos, todo el rato…

Eno, claramente, no es una prima donna que adorna cada tanto la portada de The Sun con escandaletes y groupies carreteadas. Es un intelectual, pero no un latero de academia. Es socialité, cierto, pero ha aprendido a mantener el mundillo de las artes a distancia prudente. Es un artista de verdad, que no desdeña una vida tranquila y solitaria que suele depararle sus innumerables visiones sonoras. Pocos lo saben, pero además de músico es artista plástico de múltiples exposiciones alrededor del mundo y junto a Peter Schmidt diseñó el célebre set de cartas de las Estrategias Oblicuas, útil oráculo para cualquier artista que esté inmerso en un proyecto y quiera saber cómo y dónde guiarlo. Ha sido usado por gente como Fred Frith. El diario contiene numerosas nuevas estrategias como las siguientes, traducidas algo libremente por vuestro servidor:

Retrocede unos pocos pasos. ¿Qué más podrías haber hecho?”

“¿Qué es lo qué más te ha influenciado? ¿Cómo puedes aprovecharlo en tu trabajo?”,

“¿Para cuándo es esta obra?, ¿para quién?”

“¿Cómo explicarías tu obra a un niño o a tus padres?”

“Remueve todo el misterio posible: ¿Qué es lo que queda?”

Y, last but not least, la Estrategia Oblicua clásica:

Honra el error como una intención oculta”. (Esta última te confieso que me ha inspirado bastante en mis propios asuntos, hasta los amorosos)…

Reflexionando en torno a ellas, Eno confiesa su arte poética: “Soy un en el fondo un simple generador de múltiples ideas que usa su arte meramente para promoverlas”. Con gente como Brian Eno el arte continúa siendo un vehículo del pensamiento humano, siempre en nuevas e inesperadas perspectivas, en medio de la gran crisis del racionalismo occidental, el gran maestro inglés es una mina de oro que se redescubre continuamente y te influencia de tal manera que tus propias búsquedas tampoco tienen fin. Mientras escribo, tengo puesto en el laptop, Thursday Afternoon, el primer CD que grabó Eno con la pieza ambient homónima que ocupa toda la duración del disco y su piano pensativo y susurrante bajo un drone vesperal y profundo me es tan saludable como un fragmento del Tao Te King o una taza de Earl Grey bajo los árboles del verano. Vivo retrato de nuestro hombre, supongo.

Thursday Afternoon (fragmento)

Hipertextografía

http://music.hyperreal.org/artists/brian_eno/

http://brian-eno.net/

http://www.synthtopia.com/content/2010/01/18/brian-eno-on-the-synthesizer/

http://www.warchild.org/

http://www.enoshop.co.uk/


Saturday, January 22, 2011

Nada nuevo bajo el sol

I lock the door upon myself de Fernand Khnopff

Una de las sensaciones más extrañas que puede experimentarse en una vida hilética, esto es, meramente pequeño burguesa, es quedarse sin trabajo a comienzos del verano. Perplejidad, frustración, breve terror absoluto frente a un futuro desmedrado en materia de cuenta bancaria mezclado con una sensación de deja vú . Sí, señora, ¿quién no ha sido despedido más de una vez en el curso de su vida sometida a los caprichos del adiposo mercado? Trabajo full time en prestigioso colegio anglosajón de pronto cesado por una mezcla de sospechoso reajuste económico y más que evidente envidia patronal y, a fin de cuentas, kafkianamente arrojado a las piedras pateables y al baile de los que sobran. “Bienvenido a la mediocridad” fue el brindis memorable que un chusco escupió en mi despedida, etílica ceremonia cuya única virtud (tus compañeros de trabajo, salvo los buenos amigos, ya te olvidaron en el mismo minuto) es la generosa profusión de libaciones a costa de los otros. Parece existir en los chilenos la creencia penosa de que ser expelido de una institución aristocrática equivale a tu condena social sin remedio.

Recuerdo un haikú que escribí como parte de un libro de poemas rigurosamente inédito -es caro publicar en Shile, señora, usted sabe, sobre todo si (largo argumento de meteco)-:

Cesante

Un pez del río

Cazado por el gato

Del emperador.

Aún así el sol brilla con intensidad y el verano nuevamente me obsequia tardes de reverie y consolación, cual cocodrilo -especie con la cual progresivamente tiendo a identificarme a medida que envejezco-conjuro sumergido en el agua estos álgidos días.

Nadando en el crepúsculo, pareciera que intento dilatar al infinito ese momento, como esquivando a un Heráclito ineluctable, el agua me dilacera el pecho, relumbrando bajo el sol muriente que aún persiste en destellar entre dos columnas de concreto hacia el oeste donde sé que está el mar que me fue vedado este vez y yo, tenazmente, sigo braceando. Me quieren sacar del agua y desecar en la puerilidad del mundo de las cosas. No entiendo la banal insistencia de los que subsisten de la aprobación de los otros. Que otros bailen músicas del fracaso y la mendicidad del chorreo yo persisto en mis rituales y prospecciones personales: Mi corazón tiene mucho más que decirme que tu supermercado de abstrusidades y trivialidades multicolores; como aquel cuadro de Fernand Khnopff que me quita el sueño, I lock the door upon myself, yo no hago caso, en estos días escucho al populoso y complaciente genio de Richard Strauss y juego a confrontarlo a la abismante soledad cósmica de Gustav Mahler, puede haber un tronco común entre Also sprache Zaratustra y la Titan Symphonie, pueden encontrarse ambos cauces flamígeros de algún modo en el decurso torrentoso del espíritu; cesa el día, cesan los trabajos, pero nunca jamás el fuego, que también puede brindar la mejor de sus gemas incluso bajo el agua.


Fragmento de la Sinfonia 1 de Mahler: III


Fragmento de Also Sprache Zaratustra de Strauss