Sunday, November 20, 2011

LETRA: ALEX ROSS Y ANDREW JONES, MÚSICA:…





Pesquisando arduamente la existencia de lectura (efectivamente) interesante sobre música, que no sea grosera apología de compinche de parranda, enciclopedismo aburrido o reseñas soporíferas de solterona que va a conciertos, descubro la existencia de un divertidísimo libro del crítico musical del New Yorker Alex Ross. Es raro, desde Barthes o el Bloom menos pedante, toparse con algún libro de este tipo que lo sea; la crítica es tarea de personas serias que comen en restaurantes caros y fuman tabaco holandés desde un balcón art noveau, arrojándole cenizas a todo el mundo, menos a los amigotes artistas que, precisamente, los invitan a comer a esos restaurantes caros. The Rest is Noise, que así se llama el voluminoso opus de Ross (traducido al español un poco tontorronamente como El ruido eterno(?)) es generoso en pormenores, exultante, imparcial, equivocado, como usted quiera, pero sobre todo, divertido. ¿El tema? Una nueva historia de la música contemporánea. Como advierte Colin Greenwood, el bajista de Radiohead, (uno de los tantos nombres de famosos que atiborran la tapa y la falsa carátula del libro, en lo que, literalmente es un tirar y tirar de flores un poquito excesivo), es negocio difícil, y Ross mágicamente lo vuelve un apasionante seguimiento de las figuras más relevantes de la música llamada contemporánea.

El amanecer del iconoclasta

En lo que parece un tren vertiginoso y más que amenísimo, de citas, anécdotas y comentarios de gente notable que-estuvo-allí el día de los estrenos claves de nuestro siglo desde Richard Strauss y el hoy por hoy merecidamente exaltado Mahler, hasta lo que él considera su actual encarnación, el compositor de Harmonielehre John Adams, Ross propone discutir, problematizar esta periodización desde el notable punto de vista del contexto propio del siglo XX, siendo la música de este período el reflejo de lo que el autor denomina acertadamente la lucha entre diversas políticas del estilo. Pasando revista por las buenas -y por las malas- a todos nuestros ídolos de ayer y hoy, sean Mahler, Schoenberg, Webern, Varese, Ligeti, etc. Ross intenta aclarar el papel efectivo que ellos y muchos otros tuvieron en estas políticas, como pocos, el autor abre ojos, se entusiasma, rechaza, propone y dispone. En eso consiste su riqueza y también sus carencias, como ya veremos.





Claro que esta intención autoral no es nueva. Baste acordarse de Antoine Golea y su venerada (por mí, al menos) Introducción a la música de nuestro tiempo, en la que el francés con ese tono tan Nouvelle Revue Francaise se presume de haber casi descubierto a un Messiaen, un Stockhausen, un Pierre Boulez, o un Iannis Xenakis. En una serie de capítulos notables rescata a Webern, exalta a un Millhaud, a un Varese y ataca valiente y quijotescamente a John Cage con un encanto satírico de notable y artera escritura. No sorprenden su predilección por Schoenberg o su repudio contra el neoclasicismo de Stravinski, (Juan Carlos Paz hará lo mismo con argumentos más técnicos aunque no menos eficaces retóricamente) Bellamente Golea describe, como él señala, paso a paso, veinte años de música contemporánea, en su burbujear de tendencias y anarquía de estilos. El autor toma específico partido y dispara sin temor. Está ese subgénero tan interesante de relatar, con gesto de partisano, que él también estuvo ahí en la escandalosa World Premiére (jeje, Frank Zappa ha dicho que casi siempre en la música contemporánea "World Premiére" equivale a "Last Perfomance") Están el dodecafonismo, el serialismo y sus rivales neotonales y sus correspondientes campeones, como en Ross, pero groseramente se advierte el ninguneo inexplicable a Ligeti y Penderecki. También el silencio de un crítico es elocuente.


Héroes y villanos




Vuelvo a Ross y su retórica de neoyorkino: todo lo sabe, todo lo ha escuchado, y su escritura rinde tributo a ese acento dead pan tan propio de la Roma del mundo (pos)moderno. Las abultadas páginas de The Rest is Noise son como dije generosas y divertidas. Como pocos, Ross retrata la grandeza y ocaso de las extraordinarias personalidades de un Strauss, un Schostakovich bajo la opresión de regímenes tan estéticos y brutales como el nazismo y el comunismo. Vemos a un Hitler melómano y erudito, a Stalin manipulando un gramófono para los amigos (pedófilos como él, supongo), a un Varése desempleado, actor de películas de terror, a un Webern disfrazado de militar con un casco gigante y piropeado por Poulenc (en serio), a Messiaen zampándose una torta con su esposa, vemos a Steve Reich manejando un taxi y a Schoenberg gritándole a una compatriota alemana en una frutería de Los Angeles que él no es Adrian Leverkühn, él héroe trágico del Doktor Faustus ni mucho menos. Y en fin, un genial etc. A estas viñetas divertidas, Ross contrapone bellos y dramáticos retratos de los últimos momentos en vida de Bartok, Debussy o el subvalorado Sibelius, penetra, como pocos, en la intimidad de un Mahler, un Ives, un Duke Ellington, analiza certera y esclarecedoramente numerosas obras cumbres de los autores citados y, como dije, busca proyectar una luz, no sólo de la llamada música culta, sino sus adláteres populares, en especial el jazz y el rock. Pero Ross, a diferencia de Golea, es estadounidense, y aquí las diferencias empiezan a ser mayores que las simpatías.

Finalizando la mitad del libro, y cuando ha notado que nos hemos divertido bastante y aprendiendo todavía más, Ross extrae ese peculiar acento puritano que todo gringo lleva dentro. Insistiendo en manidos blanco y negro, cae en el cliché de denostar la retórica bélica de las vanguardias, desde principios del siglo XX hasta Darmstadt, fustiga, y malentiende, gestos supuestamente pronazis en un Webern o un Dallapicolla (lea The path of New Music del primero y las cartas del segundo, jefe, y despeje sus dudas), ningunea al serialismo y banaliza todo lo que huela a europeo a partir de los ’50 en la retórica más sospechosa de la posguerra en la que sigue viviendo su cabeza; desaprovechando páginas valiosas en un revanchismo que huele a un Michael Nyman o a propagandistas peores como Kyle Gann, cree ver en el minimalismo estadounidense la salvación de una tonalidad que nunca cree ver en crisis (pese a evidencias del porte de una catedral), en verdad la extraña, y le aduce buenas intenciones que no están en ninguna parte, porque también el discurso de un Lamonte Young, un Reich o un Morton Feldman es asimismo política -excluyente- de estilos. No es política contra la burguesía como en Eisler, Nono, o Lachenmann, pero tampoco es diletantismo, también busca seguidores y tiene víctimas muy claras de sus ataques. Cuando Ross señala que, pese a los “avances” de un Haas o, precisamente, un Lachenmann, Alemania sigue pareciendo “la escena de un crimen en investigación”(SIC) uno se pregunta, (a la chilena), viendo la “amigable” política externa del garrote de EEUU, ¿y usted? La actitud política y cultural de EEUU de la posguerra no es el campo fértil que Ross nos sugiere, los gringos no salvan ningún mundo desde 1945. Me falta esa censura del neoyorkino hacia los suyos, con el mismo rigor que a los alemanes o los rusos, como sé que lo haría un Noam Chomsky, por ejemplo. Insisto, disfruto el libro y éste se relee jubilosamente, pero cuando el autor exhibe sus tesis de trasnochada ética tipo plan Marshall, uno no puede dejar de sentirse algo decepcionado y prefiere, en cambio, lo mejor de Ross: La invitación a profundizar, a reescuchar, a releer. Yo mismo, apenas cerré la tapa, (sí, con tristeza, lo confieso) corrí a comprarme Doktor Faustus, la novela de la vida de un compositor del siglo XX que Ross recomienza y que todo músico debiera leer. De más esta decir que todos los músicos sí leyeron esta obra maestra de Thomas Mann, en la cual se alude en clave a Schoenberg. Vaya y consígala, buen hombre, que es literatura de verdad, después sigue aburriéndose con el novelista de turno de los charts.



Posdata: En donde aparece un héroe inesperado

Olvido decir que antes de terminar su libro, Alex Ross hace un examen, un poco apresurado, de las últimas tendencias del siglo XX y comienzos del XXI, reconoce el imperio del eclecticismo, el multiculturalismo y celebra, como corresponde, el aumento de escenas y públicos, atomizado, al margen de las majors, pero aumento, al fin y al cabo; sin embargo, deja una cantidad de nombres a un lado que desconcierta. ¿No tuvo tiempo él o sus editores le exigieron cerrar la edición ya? ¿Por qué no profundiza el aporte a la tradición estadounidense maverick, poliestilística iniciada por Ives en un Frank Zappa, en un John Zorn o un Elliot Sharp? ¿Dónde está el aporte sustancial del rock de vanguardia inglés de Soft Machine, que unió antes que Miles Davis, el pop, el jazz y la música contemporánea? ¿Dónde está su vasta y fértil descendencia, el Rock de cámara europeo, que a su vez generó compositores de renombre actual como Christian Vander, Heiner Goebbels, Lutz Glandien, Iancu Dumitrescu, los compositores del sello Tzadik, Recommended Records y Winter&Winter?, ¿para qué citar otra vez a Robert Wyatt o el Rock In Opposition? Ross sólo ve aportes hasta The Velvet Underground o Brian Eno (quizás Radiohead o Björk) e ignora en su fabuloso catálogo al resto. Pero cuando concluye citando a Missy Elliot y Timbaland (!), el lector queda más que perplejo. Really? Pero no se preocupe, Mr. Ross, yo soy su fan y de buen grado le recomiendo el brillante libro de Andrew Jones, Musique Actuelle: Plunderphonia, Pataphysics & Pop Mechanics, de 1999, donde el autor canadiense hace todo el trabajo que usted esta vez no hizo: Presentar, mediante excelentes entrevistas y comentarios de gran factura escritural, una escena nueva, viva, brillante y mucho más creativa que sus minimalistas y neotonalistas preferidos que nunca, nunca serán como Der Mahler, pero que más de alguno de ellos va destinado a ser. Una escena ecléctica, desprejuiciada, virtuosa y crítica. Una escena que aún tiene mucho que decir. Léala, e inclúyala en su nueva y aún más exitosa edición. Se va a acordar de mí. Palabra.



Bibliografía apostillada:

Alex Ross: The Rest is Noise. (2009)London, Harper Perennial: El autor tiene un blog (http://www.therestisnoise.com/) donde complementa datos de libro, con memorabilia notable como fotos (vean la de Shoenberg, cellista, tipo rock star euro) y fragmentos de audio de las obras que cita. Mejor pedagogía imposible. Ah, incluye entradas donde matiza algunas opiniones del libro, como el supuesto racismo de Edgar Varese, cuando narra que nada menos que Charlie Parker le solicita estudiar con él, el autor de Arcana accede, pero nunca se encontrarán.

Andrew Jones: Plunderphonia, Pataphysics &Pop Mechanics (1999) Saf Publishing. Completas entrevistas precedidas por brillantes introducciones: Desde Zorn a Tom Ze, de Amy Denio a The Residents. Absolutamente recomendable. Documento de estudio obligado para estudiosos del futuro, sin ir más lejos.

Antoine Golea: Introducción a la música de nuestro tiempo. (1967) México, Era. Se deja leer con soltura y mucha hilaridad. En verdad anticipa juicios que otros autores validarán posteriormente. Incluye una discografía recomendada, pésimamente traducida por un pajarón de Era. (¿Cómo traduce Deserts de Varese como “Postres”?, exijo una explicación)

Thomas Mann: Doktor Faustus. (1991) Barcelona, Edhasa. La conmovedora novela sobre un compositor que pacta con el diablo y genera una obra preturbadora, alusión en clave no sólo a Schoenberg, sino a Teodor W. Adorno, coescritor de los análisis musicales de la novela y más aún a todo el pensamiento filosófico y estético alemán antes de la Segunda Guerra. Narración extraordinaria y gestora de mil relecturas. Una de las novelas claves del siglo XX. Amerita una entrada propia del blog. En preparación.