Monday, December 16, 2013

TERRIEN, SI JE T’AI CONVOQUÉ…

Magma en Chile 08 de diciembre de 2013. Teatro Caupolicán.



La reciente conversión de nuestro país en estación obligada de varios conciertos tal vez instigaba a acariciar la sola idea de verlos. ¿Por qué no?  Masada, Fred Frith y Chris Cutler, René Lussier y Jean Derome, Alex Von Slippenbach  eran nombres que nos habían hecho creer, al recalar sus ilustrísimas presencias en los aislados conciertos a los que, gracias al boca en boca, habíamos podido asistir. Entonces, ocurrió lo impensable. Leemos en Facebook que el gestor del encuentro hizo un esfuerzo de meses hasta lograr contactarlos. Al poco tiempo se anunciaba su visita a Chile: Así es, la primera gira latinoamericana de Magma consistiría en dos conciertos, nada menos, uno en Valparaíso y otro en Santiago.

Era obvio, pocos lo creíamos posible. La posibilidad de un hoax era más que evidente. Buenos Aires o Río parecen ser los destinos de toda banda que se respete. De hecho las únicas giras que King Crimson había hecho por nuestro continente se limitaron a Brasil y Argentina. Christian Vander entonces decidió encaminar a sus dirigidos hacia esta larga y estrecha faja de tierra, supongo que para gran intriga de sus fans de estos dos países. Bueno, que alguna vez les toque a ellos…

Y entonces ocurrió. Acunada en mis manos como una cría recién nacida, atesoraba la entrada. Veía pasar los meses de mi pálida vida de docente, esperando la hora señalada. De un modo mágico debo consignar, sin embargo, que unas semanas antes del concierto, un incendio casi destruye el Teatro Municipal, verdadera desgracia para nuestra historia y cultura, donde se rendiría una versión de Le Sacre Du Printemps de Stravinsky a cargo de la Orquesta Sinfónica de Chile. El evento se trasladó, sin embargo, al Teatro Caupolicán, el martes 03, instancia a la que fui invitado.  Esta obra monumental, telúrica, dionisíacamente despiadada me hizo pensar en que me encontraba en ese viejo teatro, al padre y una semana después, en el mismo lugar, lo haría con el hijo…

Un amigo a través de su blog en francés deslizaba por anticipado el set list, y el dramatis personae que nos deslumbraría; no sólo figuraban nuevas piezas en el repertorio de Magma, probadas por las largas giras francesas que suele emprender el grupo, como Felicité Thösz, editada el año pasado o Axiüm, que los fans conocimos primero como Ballet Slave y luego Slag Tanz. Los últimos conciertos incluían, además particulares nuevas versiones de Attahk, como Maahnt, ofrecida como encore… Me parecía muy bien, lo que tocara el Zëbehn Strainn de Gustaah me volvería loco al primer acorde que atacaran… pero, ¿MDK? Tal era el spoiler sugerido perversamente por nuestros cómplices, con quienes secreteábamos el acontecimiento más importante del año. Pocos acudimos a la cita fundamental, es cierto. Pero al final quienes estábamos agradecidos apenas se asomó la Zeuhl Wortz en pleno, éramos realmente nosotros, no la audiencia, viejo, los fieles… Los profanos se han burlado de Vander y de nosotros por décadas, no importa, cada vez que el maestro francés aparece tras los parches, todos esos chuscos se van literalmente a donde pertenecen.
 

 Ahí estábamos, jubilosos, al borde del llanto y la locura, poseídos por la energía implacable de un Christian Vander con una vitalidad y técnicas intactas, su batería rugió, murmuró, estalló y repicó sólo como el maestro logra que lo haga, por cierto que ello no es todo sin una Stella seria, imperturbable, su voz y presencia literalmente sugerían el hechizo; vimos nuevamente a la bella Isabelle Feuillebois, a Phillipe Busonnette (sonó con un poco menos de contundencia su bajo, eso sí) y un cada vez más inspirado James Mc Gaw, todos ellos ya partes integrales de este renacido Magma, que contaba además con el vibrafonista Benoit Alzary y con el tecladista Jeremie Ternoy, quien brindó un muy jazzístico solo en su Fender Rhodes. Mención aparte al extraordinario trabajo vocal de  Herve Aknin, quien nos hizo olvidar la ausencia de Klaus Blasquiz, olvidado héroe del conjunto, clave del sonido y el concepto del Magma clásico, al que por cierto habríamos querido ver aquí.

No voy a escribir la basura de que esta es una banda “afiatada”, así, con tono cutre de periodista de rock, porque Magma es una de esas agrupaciones, como la Sun Ra Arkestra, como el cuarteto clásico de John Coltrane, como la orquesta de Duke Ellington, como This Heat o el mejor Can, que trascienden por lejos ese significado, una comunidad de músicos orientados a ofrecer la música como un don espiritual, músicos con convicción, artistas a los que sí les crees.

Se inició la ceremonia con una rendición casi íntegra de Felicité Thösz (faltó el final), nítida, precisa, el solo de  Ternoy no se ajustó a la versión más bien docta del original del anterior pianista Bruno Ruder, no tenía por qué hacerlo, en realidad. Aknin y Stella brillaron en una obra  eminentemente vocal que recuerda el espíritu de Würdah Itäh (reminscencia que no he leído en ninguna parte, que yo sepa), un muy particular cruce de influencias de músicas del mundo (Japón, el góspel, una vez más Orff y Wagner) tamizadas bajo la égida de la Zeuhl. Entonces, en el magnífico clímax de esta regocijada pieza, Vander nos regaló un espléndido chorus vocal que nos revela que su inconfundible registro se mantiene en las cumbres de los más grandes intérpretes de la música del siglo. No será la última vez en el concierto.

Axiüm estaba siendo anunciado, en correcto español, como parte del nuevo disco de Magma por un distendido Aknin, cuando Vander lo interrumpe graciosamente iniciando esta contrastante pieza, un áspero motivo que se reitera, trayéndonos esa otra veta de Magma, más oscura y dionisíaca, su obsesiva repetición caló hondo, transportó. La ovación subsecuente fue nuestra mínima dádiva.  Fue así como, sin pausa alguna, el vocalista anuncia “una pieza familiar para todos” que “reconoceríamos inmediatamente apenas oyéramos las primeras notas”. Y, sí, los peregrinos que recibimos al Maestro, (no al revés, señores místicos tan devaluados hoy) no podíamos creerlo: Era cierto, Magma nos regalaba lo que esperamos por años de años, casi veinte en mi caso, el sempiterno clásico Mekänik Destrüktiw Kommändoh, bailamos, reímos, lloramos, como dije, con desconocidos acólitos nos abrazamos emocionados. Tienes que vivirlo lector, si lo sagrado existe, se vive en esos trepidantes cuarenta minutos de una suite que hermana a Orff, Wagner y Stravinsky con el góspel el rock y el jazz de Coltrane. En medio del éxtasis, cuando viene la sección instrumental (Mekänik Zäin), Paganotti, Lockwood, Mc Gaw nos dieron su chorus inspirado alguna vez, hoy el mismo Vander tomaba el micrófono y nos volvía a regalar, por segunda vez  algunos momentos de su diálogo con lo trascendente. Nos movemos, nos conmovemos, soñamos, el cosmos se abre ante nuestros oídos, lo que Vander transmite es esa fe que las religiones, los cultos monopolizados insisten en comerciar en pobre envase en mezquina conserva, evoco esto una semana después casi, la experiencia sobrecogedora vuelve a remecer mi espíritu, aquí hay uno que persiste con tenacidad heroica en comunicar la verdad, el evangelio de un arte renovador, restaurador, salvífico. No es entretención espúrea, placebo de drogas duras, hedonismo barato o comedia posmoderna sin nada, literalmente, bajo el vestido: Es sentido, es felicidad, es vida.

La sección final, tribal del tema, tras un clímax tremendo que nos pegó al noble techo del viejo teatro sirvió para presentar a unos atronadora y merecidamente aplaudidos músicos. Tras una corta despedida. El encoré, presentado por Stella fue una versión de Kobaiä preparada de manera especial, como señaló ella explícitamente, para el público chileno. Este tema, más cercano a la versión del primer álbum que a la del álbum Hhäi, fue bailado y coreado por toda la audiencia ya al borde del paroxismo, todos de pie, pegados ahora al escenario. El grupo se largó en una improvisación que recordó al jazz rock de Soft Machine, al que Magma rinde explícito homenaje en sus dos primeros discos, con un  Vander simplemente sublime a la batería, secundado por la sección instrumental del grupo. Notable el interjuego del vibráfono y el Rhodes; al final, Bisonette brilló como todo bajista zeuhl que se respete debe hacerlo, mientras que Mc Gaw nos hizo pensar como hubiera sonado John McLaughlin en Magma, aunque más bien a mí me recordó a Brian Godding...


El grupo de una manera sencilla y humilde se despidió. Las luces se prendieron. Nos fuimos felices.  La música de las esferas siguió y sigue cantando en nuestros oídos. Una vez más y como nunca, Maestro Vander, a usted, Merci Beaucoup, nada más.

PD: En Youtube hay varias capturas del concierto, fotos y homenajes del público chileno, búsquenlos...

Thursday, February 07, 2013

NAÏVETÉ



Uno: Rechazo

Occidente, la tierra donde cae el sol, el instante donde se sumerge su ígnea esfera bajo aguas neblinosas. Occidente como oposición a oriente. La tan manida razón contra intuición. Erección y exaltación del ego versus disolución y vacío del mismo. A veces a mí me cansa occidente, que es la mitad del globo que acabó hegemonizándonos a nosotros los sudamericanos, siendo que tantas cosas unían a los precolombinos con el pensamiento oriental, pirámides incluidas…

Este occidente que continúa posando de un desacreditado suprarracionalismo (explicar, explicar, explicar, tres tijeras dice Claudio Bertoni) que se siente detentor de verdades que debe estar enmendando, corrigiendo cada tanto, padece hoy en día un nuevo síndrome o mueca snob, tontorrón como sonsonete de socialité: La enfermedad del desdén fácil, de la ironía gratuita (me incluyo) hacia todo lo que no entiende. Basta ver la horda de trolleros y chantas que pululan por internet, plaga social de lo que lleva este siglo, peor que la fiebre porcina o la meningitis, enfermedad de la que alguna vez también tuve el horror de ser huésped. Como el obtuso Bernard de aquella novela de Ian McEwan, Los perros negros, el occidental dice amar las ideas, pero desprecia a los individuos en nombre de las cuales lucha.

Llevamos un lustro y algo de un siglo nuevo que nos prometía cambios necesarios que hoy son reemplazados por esa mueca despectiva y paternalista estilo “really?”. Y así, este estudiado y vacío desdén posmoderno denigra cualquier resabio de auténtica expresividad, auténtica búsqueda, auténtico asombro.  Máscara burguesa que apenas disimula el vacío de sus vidas mínimas. Potencialmente todos caen, del académico (supuestamente) laureado, hasta el cretino de la esquina, ese que no le ganó a nadie y suelta o la bravata o al pitbull contra quien se aproxime a su camioneta de narco…

Dos: Regresos

Como mi niño interior se resiste a salir de su confortable escondite, sigo valorando aquella aproximación desnuda, límpida como la página en blanco que llevaron tan lejos, a tantos creadores de verdad. Esa inocencia mágica de tardes de verano, risas, lagunas y pies llenos de barro. Esa luminiscencia de las primeras estrellas, el color de los pájaros o el misterio evanescente de las primeras puertas traspuestas, lejos de los padres. Entonces exclamo esa palabra francesa, bella como una adolescente provenzal en un campo de espigas barrido por el Mistral, “naïveté”, a traducir apresuradamente como ingenuidad. Los franceses que tanto saben de esto, no la usan para censurar, sino para explorar o señalar.

Pienso en un Aduanero Rousseau o a una Seraphine, grandes talentos que hoy nadie cuestiona y que en su momento la crítica llamó pintores ingenuos, amateurs en apariencia, alejados de escuelas y partidos estéticos, pero dotados ciertamente de genio. Algunas pinturas simbolistas también podrían ingresar bajo este luminoso alero. En la música, dicho concepto podría aplicarse a Anton Bruckner, el buen aldeano del que todos se burlaban y cuyas majestuosas sinfonías rivalizan con Wagner en emoción y profundidad, conmoviendo a las masas todavía hoy.

Una exploración sincera, libre, completamente abierta al inconsciente, sin preconceptos de ninguna especie, un umbral real que, se sabe, los niños tienen y viene luego la educación y la pone en su lugar clausurándola por insalubre socialmente, esa naïveté, es lo que quiero y necesito, bajo la arboleda de claustro en la cual camino hoy mientras divago, secretamente, entre el follaje que se confunde entre tantos verdes, malva y dejos de dorado…

Tres: Los organilleros



 
Feliz navidad a ustedes, capìtanes
Algunos sacan sus viejos juguetes del óxido de las maletas del ayer, los acarician y los guardan atajando lágrimas de lejanía. Yo vuelvo a mis discos, y pienso en ellos, pintando un paisaje detenido en el tiempo, con trazos de niño alucinado. Son esos instantes secretos cuando Lars Hollmer exhala gemas pintadas con crayones como Lylla-Bye, con su acordeón hiperbóreo o la inesperada cadencia jazzística en bambalinas que surge del garbo circense de Frutbestamningen, quedan cortas estas líneas para exaltar estas y otras miniaturas inauditamente bellas e ingenuas del genio sueco, que tan maravillosamente estólido te dejan, como Franklit, Soonsong, Paztema, etc. etc. Fama es que a Lars Hollmer le gustaba grabar en su estudio casero no sólo con los visionarios más grandes de la música de nuestra época, sino también con sus hijos y nietos que no cesaban de transmitirle ese asombro, gratuidad y desparpajo propio de los niños. ¿No parece su clásico Quickstep un carnaval en stop motion de desquiciados juguetes de madera? Y también pienso en la discreta reunión que se llamó Julverne y nos dio esas hermosas piezas de cámara que une lo popular con Messiaen en Coulonneux, o en Pascal Comelade mapeando un pueblo de su infancia en la irónica, satiniana solitaria y dulce Topographie Anecdotique, o en el Tom Zé más romántico que nos emociona hasta las lágrimas con Passageiro y O Riso e a Faca



 
Jazz circense, por el gran clown  Lars Hollmer

Y claro que Robert Wyatt, que no sólo hizo Rock Bottom, hizo Ruth is Stranger Than Richard y otras obras maestras como Dondestan, Shleep, Cuckooland o Comicopera. Podría hablar de Wyatt por horas, su  temblorosa, tímida e infinita voz cuya ternura nos traspasa como un cuchillo, vuelvo a escuchar Muddy Mouth, (que está en Ruth)…  el piano de Fred Frith y esa voz que es como un gemido dulce, como una cascada otoñal que divide un bosque en el cual nos perdimos hace ya tanto, cascada que un pez iridiscente recorre jubiloso como el violín gozoso que cierra Maryan, en el pregonero aúlico de Duchess o Sunday in Madrid, el relator dulce del drama de (¿ven?) A forest, el paseante frente al oleaje nublado de la deliciosa cadencia de Worship. Wyatt, el soñador que sólo quiere mirar en su ventana las bandadas de pájaros emigrantes sobre los que quiere volar.  Escuchen esas joyas, Alien, Cuckoo Madame, Just a Bit… ¡Escúchenlo todo! Bendito Robert, cuya sabiduría, humildad y dulces melodías siguen alumbrando el páramo donde continuamos vagando.  

El Reino Eterno que yace en el corazón humano sólo puede ser hallado por los niños, ¿alguna vez occidente volverá a jugar?

Muddy  Mouth, vaya, llore, llore...