Thursday, February 07, 2013

NAÏVETÉ



Uno: Rechazo

Occidente, la tierra donde cae el sol, el instante donde se sumerge su ígnea esfera bajo aguas neblinosas. Occidente como oposición a oriente. La tan manida razón contra intuición. Erección y exaltación del ego versus disolución y vacío del mismo. A veces a mí me cansa occidente, que es la mitad del globo que acabó hegemonizándonos a nosotros los sudamericanos, siendo que tantas cosas unían a los precolombinos con el pensamiento oriental, pirámides incluidas…

Este occidente que continúa posando de un desacreditado suprarracionalismo (explicar, explicar, explicar, tres tijeras dice Claudio Bertoni) que se siente detentor de verdades que debe estar enmendando, corrigiendo cada tanto, padece hoy en día un nuevo síndrome o mueca snob, tontorrón como sonsonete de socialité: La enfermedad del desdén fácil, de la ironía gratuita (me incluyo) hacia todo lo que no entiende. Basta ver la horda de trolleros y chantas que pululan por internet, plaga social de lo que lleva este siglo, peor que la fiebre porcina o la meningitis, enfermedad de la que alguna vez también tuve el horror de ser huésped. Como el obtuso Bernard de aquella novela de Ian McEwan, Los perros negros, el occidental dice amar las ideas, pero desprecia a los individuos en nombre de las cuales lucha.

Llevamos un lustro y algo de un siglo nuevo que nos prometía cambios necesarios que hoy son reemplazados por esa mueca despectiva y paternalista estilo “really?”. Y así, este estudiado y vacío desdén posmoderno denigra cualquier resabio de auténtica expresividad, auténtica búsqueda, auténtico asombro.  Máscara burguesa que apenas disimula el vacío de sus vidas mínimas. Potencialmente todos caen, del académico (supuestamente) laureado, hasta el cretino de la esquina, ese que no le ganó a nadie y suelta o la bravata o al pitbull contra quien se aproxime a su camioneta de narco…

Dos: Regresos

Como mi niño interior se resiste a salir de su confortable escondite, sigo valorando aquella aproximación desnuda, límpida como la página en blanco que llevaron tan lejos, a tantos creadores de verdad. Esa inocencia mágica de tardes de verano, risas, lagunas y pies llenos de barro. Esa luminiscencia de las primeras estrellas, el color de los pájaros o el misterio evanescente de las primeras puertas traspuestas, lejos de los padres. Entonces exclamo esa palabra francesa, bella como una adolescente provenzal en un campo de espigas barrido por el Mistral, “naïveté”, a traducir apresuradamente como ingenuidad. Los franceses que tanto saben de esto, no la usan para censurar, sino para explorar o señalar.

Pienso en un Aduanero Rousseau o a una Seraphine, grandes talentos que hoy nadie cuestiona y que en su momento la crítica llamó pintores ingenuos, amateurs en apariencia, alejados de escuelas y partidos estéticos, pero dotados ciertamente de genio. Algunas pinturas simbolistas también podrían ingresar bajo este luminoso alero. En la música, dicho concepto podría aplicarse a Anton Bruckner, el buen aldeano del que todos se burlaban y cuyas majestuosas sinfonías rivalizan con Wagner en emoción y profundidad, conmoviendo a las masas todavía hoy.

Una exploración sincera, libre, completamente abierta al inconsciente, sin preconceptos de ninguna especie, un umbral real que, se sabe, los niños tienen y viene luego la educación y la pone en su lugar clausurándola por insalubre socialmente, esa naïveté, es lo que quiero y necesito, bajo la arboleda de claustro en la cual camino hoy mientras divago, secretamente, entre el follaje que se confunde entre tantos verdes, malva y dejos de dorado…

Tres: Los organilleros



 
Feliz navidad a ustedes, capìtanes
Algunos sacan sus viejos juguetes del óxido de las maletas del ayer, los acarician y los guardan atajando lágrimas de lejanía. Yo vuelvo a mis discos, y pienso en ellos, pintando un paisaje detenido en el tiempo, con trazos de niño alucinado. Son esos instantes secretos cuando Lars Hollmer exhala gemas pintadas con crayones como Lylla-Bye, con su acordeón hiperbóreo o la inesperada cadencia jazzística en bambalinas que surge del garbo circense de Frutbestamningen, quedan cortas estas líneas para exaltar estas y otras miniaturas inauditamente bellas e ingenuas del genio sueco, que tan maravillosamente estólido te dejan, como Franklit, Soonsong, Paztema, etc. etc. Fama es que a Lars Hollmer le gustaba grabar en su estudio casero no sólo con los visionarios más grandes de la música de nuestra época, sino también con sus hijos y nietos que no cesaban de transmitirle ese asombro, gratuidad y desparpajo propio de los niños. ¿No parece su clásico Quickstep un carnaval en stop motion de desquiciados juguetes de madera? Y también pienso en la discreta reunión que se llamó Julverne y nos dio esas hermosas piezas de cámara que une lo popular con Messiaen en Coulonneux, o en Pascal Comelade mapeando un pueblo de su infancia en la irónica, satiniana solitaria y dulce Topographie Anecdotique, o en el Tom Zé más romántico que nos emociona hasta las lágrimas con Passageiro y O Riso e a Faca



 
Jazz circense, por el gran clown  Lars Hollmer

Y claro que Robert Wyatt, que no sólo hizo Rock Bottom, hizo Ruth is Stranger Than Richard y otras obras maestras como Dondestan, Shleep, Cuckooland o Comicopera. Podría hablar de Wyatt por horas, su  temblorosa, tímida e infinita voz cuya ternura nos traspasa como un cuchillo, vuelvo a escuchar Muddy Mouth, (que está en Ruth)…  el piano de Fred Frith y esa voz que es como un gemido dulce, como una cascada otoñal que divide un bosque en el cual nos perdimos hace ya tanto, cascada que un pez iridiscente recorre jubiloso como el violín gozoso que cierra Maryan, en el pregonero aúlico de Duchess o Sunday in Madrid, el relator dulce del drama de (¿ven?) A forest, el paseante frente al oleaje nublado de la deliciosa cadencia de Worship. Wyatt, el soñador que sólo quiere mirar en su ventana las bandadas de pájaros emigrantes sobre los que quiere volar.  Escuchen esas joyas, Alien, Cuckoo Madame, Just a Bit… ¡Escúchenlo todo! Bendito Robert, cuya sabiduría, humildad y dulces melodías siguen alumbrando el páramo donde continuamos vagando.  

El Reino Eterno que yace en el corazón humano sólo puede ser hallado por los niños, ¿alguna vez occidente volverá a jugar?

Muddy  Mouth, vaya, llore, llore...