Magma en Chile 08 de diciembre de
2013. Teatro Caupolicán.
La reciente conversión de nuestro país en estación obligada de varios conciertos tal vez instigaba a acariciar la sola idea de verlos. ¿Por qué no? Masada, Fred Frith y Chris Cutler, René Lussier y Jean Derome, Alex Von Slippenbach eran nombres que nos habían hecho creer, al recalar sus ilustrísimas presencias en los aislados conciertos a los que, gracias al boca en boca, habíamos podido asistir. Entonces, ocurrió lo impensable. Leemos en Facebook que el gestor del encuentro hizo un esfuerzo de meses hasta lograr contactarlos. Al poco tiempo se anunciaba su visita a Chile: Así es, la primera gira latinoamericana de Magma consistiría en dos conciertos, nada menos, uno en Valparaíso y otro en Santiago.
Era obvio, pocos lo creíamos
posible. La posibilidad de un hoax era más que evidente. Buenos Aires o Río
parecen ser los destinos de toda banda que se respete. De hecho las únicas
giras que King Crimson había hecho por nuestro continente se limitaron a Brasil
y Argentina. Christian Vander entonces decidió encaminar a sus dirigidos hacia
esta larga y estrecha faja de tierra, supongo que para gran intriga de sus fans
de estos dos países. Bueno, que alguna vez les toque a ellos…
Y entonces ocurrió. Acunada en
mis manos como una cría recién nacida, atesoraba la entrada. Veía pasar los
meses de mi pálida vida de docente, esperando la hora señalada. De un modo
mágico debo consignar, sin embargo, que unas semanas antes del concierto, un
incendio casi destruye el Teatro Municipal, verdadera desgracia para nuestra historia y cultura, donde se rendiría una versión de Le
Sacre Du Printemps de Stravinsky a cargo de la Orquesta Sinfónica de Chile. El
evento se trasladó, sin embargo, al Teatro Caupolicán, el martes 03, instancia a la que fui
invitado. Esta obra monumental,
telúrica, dionisíacamente despiadada me hizo pensar en que me encontraba en ese
viejo teatro, al padre y una semana después, en el mismo lugar, lo haría con el
hijo…
Un amigo a través de su blog en
francés deslizaba por anticipado el set
list, y el dramatis personae que nos deslumbraría; no sólo figuraban nuevas
piezas en el repertorio de Magma, probadas por las largas giras francesas que
suele emprender el grupo, como Felicité
Thösz, editada el año pasado o Axiüm,
que los fans conocimos primero como Ballet
Slave y luego Slag Tanz. Los
últimos conciertos incluían, además particulares nuevas versiones de Attahk, como Maahnt, ofrecida como encore…
Me parecía muy bien, lo que tocara el Zëbehn
Strainn de Gustaah me volvería loco al primer acorde que atacaran… pero, ¿MDK? Tal era el spoiler sugerido
perversamente por nuestros cómplices, con quienes secreteábamos el
acontecimiento más importante del año. Pocos acudimos a la cita fundamental, es
cierto. Pero al final quienes estábamos agradecidos apenas se asomó la Zeuhl Wortz en pleno, éramos realmente nosotros,
no la audiencia, viejo, los fieles… Los profanos se han burlado de Vander y de
nosotros por décadas, no importa, cada vez que el maestro francés aparece tras
los parches, todos esos chuscos se van literalmente a donde pertenecen.
Ahí estábamos, jubilosos, al borde del llanto
y la locura, poseídos por la energía implacable de un Christian Vander con una
vitalidad y técnicas intactas, su batería rugió, murmuró, estalló y repicó sólo
como el maestro logra que lo haga, por cierto que ello no es todo sin una
Stella seria, imperturbable, su voz y presencia literalmente sugerían el
hechizo; vimos nuevamente a la bella Isabelle Feuillebois, a Phillipe
Busonnette (sonó con un poco menos de contundencia su bajo, eso sí) y un cada
vez más inspirado James Mc Gaw, todos ellos ya partes integrales de este
renacido Magma, que contaba además con el vibrafonista Benoit Alzary y con el
tecladista Jeremie Ternoy, quien brindó un muy jazzístico solo en su Fender Rhodes. Mención aparte
al extraordinario trabajo vocal de Herve
Aknin, quien nos hizo olvidar la ausencia de Klaus Blasquiz, olvidado héroe del
conjunto, clave del sonido y el concepto del Magma clásico, al que por cierto
habríamos querido ver aquí.
No voy a escribir la basura de que
esta es una banda “afiatada”, así, con tono cutre de periodista de rock, porque
Magma es una de esas agrupaciones, como la Sun Ra Arkestra, como el cuarteto
clásico de John Coltrane, como la orquesta de Duke Ellington, como This Heat o
el mejor Can, que trascienden por lejos ese significado, una comunidad de
músicos orientados a ofrecer la música como un don espiritual, músicos con
convicción, artistas a los que sí les crees.
Se inició la ceremonia con una
rendición casi íntegra de Felicité Thösz
(faltó el final), nítida, precisa, el solo de
Ternoy no se ajustó a la versión más bien docta del original del anterior pianista Bruno Ruder, no tenía por qué
hacerlo, en realidad. Aknin y Stella brillaron en una obra eminentemente vocal que recuerda el espíritu
de Würdah Itäh (reminscencia que no
he leído en ninguna parte, que yo sepa), un muy particular cruce de influencias
de músicas del mundo (Japón, el góspel, una vez más Orff y Wagner) tamizadas
bajo la égida de la Zeuhl. Entonces, en el magnífico clímax de esta regocijada
pieza, Vander nos regaló un espléndido chorus vocal que nos revela que su
inconfundible registro se mantiene en las cumbres de los más grandes
intérpretes de la música del siglo. No será la última vez en el concierto.
Axiüm estaba siendo anunciado, en correcto español, como parte del
nuevo disco de Magma por un distendido Aknin, cuando Vander lo interrumpe
graciosamente iniciando esta contrastante pieza, un áspero motivo que se
reitera, trayéndonos esa otra veta de Magma, más oscura y dionisíaca, su
obsesiva repetición caló hondo, transportó. La ovación subsecuente fue nuestra
mínima dádiva. Fue así como, sin pausa
alguna, el vocalista anuncia “una pieza familiar para todos” que
“reconoceríamos inmediatamente apenas oyéramos las primeras notas”. Y, sí, los
peregrinos que recibimos al Maestro, (no al revés, señores místicos tan
devaluados hoy) no podíamos creerlo: Era cierto, Magma nos regalaba lo que
esperamos por años de años, casi veinte en mi caso, el sempiterno clásico Mekänik
Destrüktiw Kommändoh, bailamos, reímos, lloramos, como dije, con
desconocidos acólitos nos abrazamos emocionados. Tienes que vivirlo lector, si
lo sagrado existe, se vive en esos trepidantes cuarenta minutos de una suite
que hermana a Orff, Wagner y Stravinsky con el góspel el rock y el jazz de
Coltrane. En medio del éxtasis, cuando viene la sección instrumental (Mekänik Zäin), Paganotti, Lockwood, Mc
Gaw nos dieron su chorus inspirado alguna
vez, hoy el mismo Vander tomaba el micrófono y nos volvía a regalar, por segunda
vez algunos momentos de su diálogo con
lo trascendente. Nos movemos, nos conmovemos, soñamos, el cosmos se abre ante
nuestros oídos, lo que Vander transmite es esa fe que las religiones, los
cultos monopolizados insisten en comerciar en pobre envase en mezquina
conserva, evoco esto una semana después casi, la experiencia sobrecogedora
vuelve a remecer mi espíritu, aquí hay uno que persiste con tenacidad heroica
en comunicar la verdad, el evangelio de un arte renovador, restaurador,
salvífico. No es entretención espúrea, placebo de drogas duras, hedonismo
barato o comedia posmoderna sin nada, literalmente, bajo el vestido: Es
sentido, es felicidad, es vida.
La sección final, tribal del
tema, tras un clímax tremendo que nos pegó al noble techo del viejo teatro
sirvió para presentar a unos atronadora y merecidamente aplaudidos músicos. Tras
una corta despedida. El encoré, presentado por Stella fue una versión de Kobaiä preparada de manera especial,
como señaló ella explícitamente, para el público chileno. Este tema, más
cercano a la versión del primer álbum que a la del álbum Hhäi, fue bailado y coreado por toda la audiencia ya al borde del
paroxismo, todos de pie, pegados ahora al escenario. El grupo se largó en una
improvisación que recordó al jazz rock de Soft Machine, al que Magma rinde
explícito homenaje en sus dos primeros discos, con un Vander simplemente sublime a la batería,
secundado por la sección instrumental del grupo. Notable el interjuego del
vibráfono y el Rhodes; al final, Bisonette brilló como todo bajista zeuhl que se
respete debe hacerlo, mientras que Mc Gaw nos hizo pensar como hubiera sonado
John McLaughlin en Magma, aunque más bien a mí me recordó a Brian Godding...
El grupo de una manera sencilla y
humilde se despidió. Las luces se prendieron. Nos fuimos felices. La música de las esferas siguió y sigue
cantando en nuestros oídos. Una vez más y como nunca, Maestro Vander, a usted,
Merci Beaucoup, nada más.
PD: En Youtube hay varias capturas del concierto, fotos y homenajes del público chileno, búsquenlos...