Wisdom is not truth. Truth is not beauty. Beauty is not love. Love is not music. Music is THE BEST..." Frank Zappa
Tuesday, October 31, 2006
Me haces olvidar lo que siempre he sabido…
Todos, al menos varios de nosotros ha recorrido las calles una y otra vez, sin destino, en medio de la dulce lluvia cruel e indiferente o bajo un sol regular que se cuela como mortaja en las apáticas urbes posmodernas. En verdad, preferiría caminar de noche, si no fuera porque esta ciudad es dada vez menos amable y más penitenciaria y, por ahora, como no quiero morir asesinado en-un-sórdido-callejón , no me queda más que la evocación y un disco de Tindersticks girando en mi equipo.
I have shoes
Fool of holes
When you first took me in
Recuerdo estos versos del segundo disco, homónimo, de la banda y el primero que escuché, bajo la cadencia amable de un bajo noblemente comprimido a la antigua y un rimshot funky en mid tempo en la caja, el barítono sublime y medio adormilado de Stuart Staples abre A night in , encarnando al beautiful loser que todo lo ha perdido y vaga sin fin por una ciudad en la cual no hay lugar para el amor, como dice una de las primeras canciones de esta banda inglesa. Luego, una cadencia memorable de cuerdas, fruto de la sensible imaginación del violinista Dickon Hinchcliff, arrastra en un torbellino apasionado al autor de este blog de regreso a mis penosos días de estudiante, vagando por cafés y callejuelas de casas antiguas con un libro de Ernst Junger bajo el brazo y un gitanes fumado vertiginosamente, antes que una agonía pulmonar los alejara de mi vida para siempre, ese pobre tipo tan empecinadamente solitario, despreciado por sus pares, exiliado del amor de las mujeres, o sea el típico adolescente literato de un país subdesarrollado. (Soy chileno por accidente, no es mi culpa) Tan patente el fracaso, la desolación, a pesar de rendir magníficamente en la universidad. ¿Cómo y por qué llegue a sentirme así (Ahora es distinto, muy distinto)? Algún día si se da la oportunidad contaré ese episodio.
Pero bueno, a quien le importan los días de estupidez congénita de otro. Vuelvo a Tindersticks, hay que recorrer sus discos con calma, es recomendable el atardecer, soledad y unas oportunas copas de vino de bouquet espeso, como los de Neil Young Lou Reed o Leonard Cohen, todos padres espirituales de esta banda. Crooner consumado, Staples y la banda oscilan entre arrobadoras baladas que inundan con poderoso sonido como en Raindrops, Tiny Tears, Another Night in, (si, hay otra, como tan masoquistas) relatos de cruda intimidad, My sister y la autorreferente e irónica, como-su-título-lo-indica Ballad of Tindersticks, el pop desfasado de Fast One o Nectar, el retorno a suntuosos bailes de salón en Tonight Are you Fall In Love Again o Let's Pretend, pero también la ternura oceánica de Seaweed, la complicidad de Marbles ( a quien no le ha ocurrido eso, traduzco, mal de seguro: El amor, como si fuera una complicadas serie de pasos de baile imposibles de aprender), la conmovedora despedida de Trying to find a home , ( Trato de encontrar un hogar, donde tirar mis cosas, de donde huir) el insomnio ominoso de Sleepy song, o la ingenua(?) The Not Knowing y su notable arreglo de maderas… Uf, podría describir todos los temas y lo que me provocan, pero hoy decidí ser breve, supongo que es el clima. Sólo sé que quizás he vivido poco, pero he sentido mucho, y hay imágenes que viven en mi cabeza con el soundtrack de Tindersticks describiéndolos milímetro a milímetro con su metrónomo de dramática intensidad.
Sin embargo, no soy Dorothy y quiero irme de Kansas para siempre, pero, y parafraseando de nuevo a los Tindersticks, cómo olvidar que se está tan equivocado, cómo olvidar lo que siempre he sabido. Tindersticks ha grabado seis notables trabajos impregnados de atmósferas retro, mezclas sucias que privilegian graves, arreglos premeditadamente kitsch de cuerdas (a lo Esquivel), sorprendentes instantes de disonancia y síncopa y un crooner espectacular que canta de verdad, sin Autotunes. La fama les ha sido esquiva en su época, nunca un tema insistentemente pegando como esos bodrios de Keane o James Blunt, pero con una calidad e inteligencia musicales que asombra en cada tema. Creo que Tindersticks y su triste e irónica mirada traspasará la telaraña de los años cada vez que volvamos a las extrañas calles de ciudades tentaculares buscando. Buscándonos.
Tindersticks en Jools Holland (aka el tipo con el mejor late show del mundo)
Hipertextografía:
Sitio oficial
http://www.tindersticks.co.uk/discography.html
Fansite: hablan de la disolución de la banda, Warum, Mein Gott?
http://www.tinder.org/
Y en nuestra sección Youtube:
http://www.youtube.com/results?search_query=tindersticks
¿Quiere adquirir música en un CD original en la era del P2P?
Sea nostálgico:
http://www.amazon.com
Thursday, October 19, 2006
Esa montaña infinita llamada Robert Wyatt I
Me ocurre por estos días un fenómeno raro ,(en mí al menos) cada vez que salgo del
profano laburo, experimento una angustiosa necesidad tipo Howard Hughes de volver
a casa lo más a prisa posible; hostil y tediosa me parece la calle, quizás por el smog, los tacos o por la ola de miedo que se extiende en este país virtualmente a manos de delincuentes comunes, de esos “angustiados” que te apuñalan en una esquina oscura u operan una mesa de dinero bancaria... No hay caso, Humberto Giannini escribe que la calle es el lugar del caos y lo incierto, el hogar es el templo de la paz y el orden. Envejeciendo? Puede ser, tengo 32 años y una familia que depende de mi habilidad para conservar un trabajo y, vamos, ¿quien no pide un poco de quietud, un poco de ruptura con el “yugo”? (sistema en copto, mirá vos) Revisito No surprises de Radiohead, ¡vaya que certero delirio el de Mr. Yorke! Uff, octubre prometía bellas tardes de primavera con flores, niños bajo el sol y todo eso, pero en lugar de eso, hace frío y los fastidiados laboratores de esta urbe que se traga a sí misma nos queremos ya bajar de este colorinche carrousel neoliberal de una vez por todas.
Una bella amiga, que encuentra este blog muy hintelektual, me dijo en un sonriente correo que mirara la cordillera, mágicamente iluminada por los caprichos malva y ocre de la tarde (este bello florilegio va por cortesía del hautorrrrr)y, bueno, lo hice, vamos que en Santiago la Cordillera de los Andes está el frente y... hey! Funcionó! En la enorme extensión nevada aún de sus montañas no sé cómo imaginé la sonriente, discreta, inmortal faz de Robert Wyatt.
We are not alone
Ahora vuelvo a sentirme feliz y me reclino respirando hondo en mi sofá, con la caja del cedé de Rock Bottom en las manos y los primeros acordes de Sea Song sonando en mi equipo. Como la primera vez que lo oí, habrá asombro, temblor, lágrimas y silencio, además de uno de los mejores discos de rock de todos los tiempos. Esto no lo invento yo, pregunte a todos los expertos de verdad en música pop, (esos que rara vez son latinoamericanos, con excepciones bonaerenses). En todo caso, adquiera su ejemplar editado por Thirsty Ear en las buenas casas del ramo y verá:
Hablar de Robert Wyatt me llevaría hacer como diez blogs y sé que el tiempo es dinero y blablabla porque no tienes tiempo y te urge apretarle play a tu pen drive en el que ya escupen The Strokes o algún bodrio así, ok, ok. Digamos que este genio nacido en Canterbury es como un mago catalizador, lo semejante produce lo semejante, exclama, cual Merlín (mire la foto, buen hombre) y ha logrado asociarse con lo más selecto de entre los más grandes músicos de vanguardia de Inglaterra: Daevd Allen, Hugh Hopper, Fred Frith, Carla Bley, Michael Mantler, Brian Eno, Chris Cutler, etc, etc. Colaborador activísimo junto a Gong, Henry Cow, Hatfield and The North, Centipede, Amazing Band, etc, etc Que no te suenan... hey, ¿dónde has estado todos estos años?
Al borde de los siete mares con el Capitán Wyatt
Wyatt es un músico que vivió dramáticamente un antes y un después. Baterista demencial, intuitivo, fundador de nada menos que Soft Machine y Matching Mole, referentes obligados del mal llamado Rock Canterburiano y que dio las mejores obras de la música progresiva, (sí, mejores que tu grupo mula promedio), sensible vocalista y experimentador influido por Stockhausen, la músique concrète, el jazz de Charly Parker, Thelonius y Trane. Un tonto accidente lo deja en silla de ruedas en 1973. Pese al dolor, Wyatt se reinventa construyendo poco a poco, como una catedral gótica, una sólida e impresionante carrera solista. Su bella voz, la más triste del mundo a decir de Ryuichi Sakamoto , acompañada por texturas que hermanan misteriosamente el soul con la venia más free del jazz europeo, nos regala joyas como Dondestan, Shleep, Old Rottenhat y en especial, Rock Bottom, de 1974.
El disco abre con Sea Song, como dije, un sereno tema en 2/2, acompañado de las bellas texturas empapadas de reverb del mítico teclado Riviera, incluye un solo de piano extendido al medio y luego, cuando Wyatt canta el verso final We’ re not alone, un coro de mellotrons y sintetizadores acompañan la más conmovedora declamación que Wyatt haga, un llanto que no es de este mundo, Wyatt llega al extremo de su registro, nos desgarra su corazón y nos ahogamos en el mar de lágrimas que no podemos controlar, porque no son nuestras, son de nuestro espíritu perdido en el más cruel de los errores cósmicos y que clama por volver... Apenas nos recuperamos cuando se larga en A Last Straw y el juego de hamaca de la batería de Laurie Allan, el bajo de Hugh Hopper y el pequeño Riviera ilustrado, que nos rescatan de nuestro naufragio y nos trasladan a la cercanía de otro mar, el mar de niños pequeños que juegan junto a las olas de la tarde de la Edad de Oro, Wyatt teje una caprichosa viñeta de un viaje bajo el mar y luego sorprende con un fraseo elástico y elegante de guitarra con glissandos que no oiremos nunca más de sus dedos de alga marina rebozante de medusas, porque el niño que como Brian Wilson vive todavía dentro de él, juega con la escala cromática del piano en descenso a las notas últimas del registro grave para dar paso al millón de ángeles con trompetas en los que Mongezi Fesa se convierte para dar la solemne entrada de Little Red Robin Hood Hit The Road, y su marcha de nubes que son ballenas de ozono desgajándose caóticamente mientras Wyatt quiere pelear, porque lo sacan del abismo rocoso, quiere discutir quiere romper algo porque quiere ternura, porque quiere brazos de mujer, quiere que lo perdonen, pero apenas lo notamos cuando la nube de ángeles se convierte en batalla, cenit y nadir calipso en lontananza. (En Concerts, Wyatt repetirá la magia en vivo esta vez junto a Henry Cow, que versión gloriosa, ¡qué acorde de climax!)
Al cortejo de nubes y olas del cosmos, Wyatt contrasta una voz que inspira y expira el nombre de Alifib su eterna compañera, el Eterno Femenino se vuelve aliento de vida, es el hombre respirando desde la mujer, mientras las lágrimas de una emoción que amenaza por arrojarnos de la ventana cuando el bajo de Hopper desliza el más sublime solo, nostálgico, de calidez, de semblanza de amores tiernamente olvidados, mientras Wyatt bocetea notas aisladas como contrapunto, y luego el niño vuelve a cantar trayendo no al hombre ofuscado de Little Red Robin sino al que se divierte juntoa Lewis Carroll y Edward Lear, con su glosolalia de azúcar o con las jitanjáforas de miel del Finnegans Wake, si estamos soñando a qué las logomaquias vanas de la vigilia, decimos, mientras un acorde cambia inesperadamente, se eriza la piel y entonces es Alifie, donde un repentino acelerando en el meloso clarinete bajo de ese kraken sinuoso se llamado Gary Windo se torna frenético saxo tenor en un solo extendido que de pronto es el lecho de los amantes en el vertiginoso juego del sexo que finalizará en el orgasmo más hermoso de la historia de la música, con una Alfie que, dulce, mece al niño hombre Wyatt que retorna al sueño, la edad de oro...
Pero, ¡esperen!, es Little Red Riding Hood Hits the Road y un altísimo y dramático acorde nos arroja contra la pared, y estamos en el jardín inglés y en medio del laberinto de guitarras de Mike Olfield (antes de ser el gangster de poca monta que le robó la melodía de Tubullar Bells a Christian Vander) y la batería de Laurie Allan que se despeña, Wyatt quiere buscar al topo muerto bajo el follaje, ese topo que es él, se siente injustamente olvidado, quiere hablarte, ¿puedes verlo? ¿oirlo? te interroga áulico y queremos contestarle pero el alto acorde las guitarras y tambores serpenteantes parecen llevarse para siempre a Wyatt a la penumbra y luego...
Si mi equilibrio mental apenas se mantiene al llegar a este punto, en esta sección de la pieza y final de la obra ya no sé quien soy... Porque un sereno acorde de sobretonos de concertina y la viola nada menos que de Fred Frith, crean la oquedad de neblinas para que Ivor Cutler y su especialísima declamación escocesa relaten con dramática anagnórisis donde está ese hombre niño, llorando, inmóvil junto al televisor que ha roto, el hombre y el puercoespín vagando junto al camino, cuando cae el sol, y las notas de un bello solo de Frith con el cual no puedo dejar de llorar a mares y cuando el hombre niño destroza el mentiroso televisor con el más mentiroso teléfono... la viola de Frith entra de pronto en otro solo extendido que concluye con una sardónica risa pero breve de Wyatt cómo diciendo “Te sorprendí”...
El resto es silencio, el universo abre sus puertas y las palabras qué pobres son ante la música, mejor callarse, mirar la cordillera y reverenciar la infinita montaña de Wyatt allí, donde sale el único sol en el que creo.
Una bella amiga, que encuentra este blog muy hintelektual, me dijo en un sonriente correo que mirara la cordillera, mágicamente iluminada por los caprichos malva y ocre de la tarde (este bello florilegio va por cortesía del hautorrrrr)y, bueno, lo hice, vamos que en Santiago la Cordillera de los Andes está el frente y... hey! Funcionó! En la enorme extensión nevada aún de sus montañas no sé cómo imaginé la sonriente, discreta, inmortal faz de Robert Wyatt.
We are not alone
Ahora vuelvo a sentirme feliz y me reclino respirando hondo en mi sofá, con la caja del cedé de Rock Bottom en las manos y los primeros acordes de Sea Song sonando en mi equipo. Como la primera vez que lo oí, habrá asombro, temblor, lágrimas y silencio, además de uno de los mejores discos de rock de todos los tiempos. Esto no lo invento yo, pregunte a todos los expertos de verdad en música pop, (esos que rara vez son latinoamericanos, con excepciones bonaerenses). En todo caso, adquiera su ejemplar editado por Thirsty Ear en las buenas casas del ramo y verá:
Hablar de Robert Wyatt me llevaría hacer como diez blogs y sé que el tiempo es dinero y blablabla porque no tienes tiempo y te urge apretarle play a tu pen drive en el que ya escupen The Strokes o algún bodrio así, ok, ok. Digamos que este genio nacido en Canterbury es como un mago catalizador, lo semejante produce lo semejante, exclama, cual Merlín (mire la foto, buen hombre) y ha logrado asociarse con lo más selecto de entre los más grandes músicos de vanguardia de Inglaterra: Daevd Allen, Hugh Hopper, Fred Frith, Carla Bley, Michael Mantler, Brian Eno, Chris Cutler, etc, etc. Colaborador activísimo junto a Gong, Henry Cow, Hatfield and The North, Centipede, Amazing Band, etc, etc Que no te suenan... hey, ¿dónde has estado todos estos años?
Al borde de los siete mares con el Capitán Wyatt
Wyatt es un músico que vivió dramáticamente un antes y un después. Baterista demencial, intuitivo, fundador de nada menos que Soft Machine y Matching Mole, referentes obligados del mal llamado Rock Canterburiano y que dio las mejores obras de la música progresiva, (sí, mejores que tu grupo mula promedio), sensible vocalista y experimentador influido por Stockhausen, la músique concrète, el jazz de Charly Parker, Thelonius y Trane. Un tonto accidente lo deja en silla de ruedas en 1973. Pese al dolor, Wyatt se reinventa construyendo poco a poco, como una catedral gótica, una sólida e impresionante carrera solista. Su bella voz, la más triste del mundo a decir de Ryuichi Sakamoto , acompañada por texturas que hermanan misteriosamente el soul con la venia más free del jazz europeo, nos regala joyas como Dondestan, Shleep, Old Rottenhat y en especial, Rock Bottom, de 1974.
El disco abre con Sea Song, como dije, un sereno tema en 2/2, acompañado de las bellas texturas empapadas de reverb del mítico teclado Riviera, incluye un solo de piano extendido al medio y luego, cuando Wyatt canta el verso final We’ re not alone, un coro de mellotrons y sintetizadores acompañan la más conmovedora declamación que Wyatt haga, un llanto que no es de este mundo, Wyatt llega al extremo de su registro, nos desgarra su corazón y nos ahogamos en el mar de lágrimas que no podemos controlar, porque no son nuestras, son de nuestro espíritu perdido en el más cruel de los errores cósmicos y que clama por volver... Apenas nos recuperamos cuando se larga en A Last Straw y el juego de hamaca de la batería de Laurie Allan, el bajo de Hugh Hopper y el pequeño Riviera ilustrado, que nos rescatan de nuestro naufragio y nos trasladan a la cercanía de otro mar, el mar de niños pequeños que juegan junto a las olas de la tarde de la Edad de Oro, Wyatt teje una caprichosa viñeta de un viaje bajo el mar y luego sorprende con un fraseo elástico y elegante de guitarra con glissandos que no oiremos nunca más de sus dedos de alga marina rebozante de medusas, porque el niño que como Brian Wilson vive todavía dentro de él, juega con la escala cromática del piano en descenso a las notas últimas del registro grave para dar paso al millón de ángeles con trompetas en los que Mongezi Fesa se convierte para dar la solemne entrada de Little Red Robin Hood Hit The Road, y su marcha de nubes que son ballenas de ozono desgajándose caóticamente mientras Wyatt quiere pelear, porque lo sacan del abismo rocoso, quiere discutir quiere romper algo porque quiere ternura, porque quiere brazos de mujer, quiere que lo perdonen, pero apenas lo notamos cuando la nube de ángeles se convierte en batalla, cenit y nadir calipso en lontananza. (En Concerts, Wyatt repetirá la magia en vivo esta vez junto a Henry Cow, que versión gloriosa, ¡qué acorde de climax!)
Al cortejo de nubes y olas del cosmos, Wyatt contrasta una voz que inspira y expira el nombre de Alifib su eterna compañera, el Eterno Femenino se vuelve aliento de vida, es el hombre respirando desde la mujer, mientras las lágrimas de una emoción que amenaza por arrojarnos de la ventana cuando el bajo de Hopper desliza el más sublime solo, nostálgico, de calidez, de semblanza de amores tiernamente olvidados, mientras Wyatt bocetea notas aisladas como contrapunto, y luego el niño vuelve a cantar trayendo no al hombre ofuscado de Little Red Robin sino al que se divierte juntoa Lewis Carroll y Edward Lear, con su glosolalia de azúcar o con las jitanjáforas de miel del Finnegans Wake, si estamos soñando a qué las logomaquias vanas de la vigilia, decimos, mientras un acorde cambia inesperadamente, se eriza la piel y entonces es Alifie, donde un repentino acelerando en el meloso clarinete bajo de ese kraken sinuoso se llamado Gary Windo se torna frenético saxo tenor en un solo extendido que de pronto es el lecho de los amantes en el vertiginoso juego del sexo que finalizará en el orgasmo más hermoso de la historia de la música, con una Alfie que, dulce, mece al niño hombre Wyatt que retorna al sueño, la edad de oro...
Pero, ¡esperen!, es Little Red Riding Hood Hits the Road y un altísimo y dramático acorde nos arroja contra la pared, y estamos en el jardín inglés y en medio del laberinto de guitarras de Mike Olfield (antes de ser el gangster de poca monta que le robó la melodía de Tubullar Bells a Christian Vander) y la batería de Laurie Allan que se despeña, Wyatt quiere buscar al topo muerto bajo el follaje, ese topo que es él, se siente injustamente olvidado, quiere hablarte, ¿puedes verlo? ¿oirlo? te interroga áulico y queremos contestarle pero el alto acorde las guitarras y tambores serpenteantes parecen llevarse para siempre a Wyatt a la penumbra y luego...
Si mi equilibrio mental apenas se mantiene al llegar a este punto, en esta sección de la pieza y final de la obra ya no sé quien soy... Porque un sereno acorde de sobretonos de concertina y la viola nada menos que de Fred Frith, crean la oquedad de neblinas para que Ivor Cutler y su especialísima declamación escocesa relaten con dramática anagnórisis donde está ese hombre niño, llorando, inmóvil junto al televisor que ha roto, el hombre y el puercoespín vagando junto al camino, cuando cae el sol, y las notas de un bello solo de Frith con el cual no puedo dejar de llorar a mares y cuando el hombre niño destroza el mentiroso televisor con el más mentiroso teléfono... la viola de Frith entra de pronto en otro solo extendido que concluye con una sardónica risa pero breve de Wyatt cómo diciendo “Te sorprendí”...
El resto es silencio, el universo abre sus puertas y las palabras qué pobres son ante la música, mejor callarse, mirar la cordillera y reverenciar la infinita montaña de Wyatt allí, donde sale el único sol en el que creo.
(Esta historia continuará)
Hallazgo o lo mejor para el final: Video de la infame actuación de Robert Wyatt en Top of The Pops, (fíjese en la media banda que lo acompaña, jefe)
Hipertextografía:
Semblanza de Robert Wyatt, incluye videos recientes:
http://www.bbc.co.uk/music/experimental/reviews/
robertwyatt_cuckoo.shtml
http://musicforyoureyes.blogspot.com/2006/03/robert-wyatt_12.html
Completa discografía, le lleva carátulas originales
http://www.disco-robertwyatt.com/
Etiquetas:
Brian Eno,
Fred Frith,
Henry Cow,
Robert Wyatt,
Rock in Opposition
Wednesday, October 11, 2006
Confidencialmente suyo, Anton Webern
Una breve nota de la televisión alemana y mi numinosa obtención de su obra completa me permiten hablar esta vez acerca de Anton Webern, músico austríaco del cual tanto se ha dicho y tan poco se ha escuchado. Un santo de la música, un portador de una nueva luz, para unos -amantes de los panegíricos hiperbólicos tipo comentarista de fútbol - un nazi computador de códigos espías para otros, éstos últimos más que imbéciles, primero porque la música serial, cultivada por Webern estaba prohibida por los nazis por ser “arte degenerado” y segundo porque éste tuvo como gran amigo y maestro al judío gestor de esta nueva manera de entender la música, Arnold Schoenberg.
La música de Anton Webern es, para quien que se acerca por primera vez a ella, una sorpresa, literalmente inaudita: Breve, con singular predominio del matiz pianissimo, consistente en una sucesión de ligeros y fugaces puntos tímbricos que dialogan casi aforísticamente en piezas que apenas sobrepasan los dos y hasta el minuto de duración. La melodía, cromática se desprende en breves núcleos de notas tocadas por sutiles combinaciones de instrumentos, la klangfarbermelodie de Schoenberg quintaesenciada, el ritmo casi siempre es fluido y tiende inesperadamente a aquietarse y a sumirse en tersas penumbras apenas audibles, tal como se lee en sus partituras, éstas últimas escritas con una precisión y fineza que asombraba a sus contemporáneos. La armonía inicialmente de raigambre wagneriana, Webern la volverá libremente atonal hasta su decisiva conversión al así llamado dodecafonismo, el cual nunca más abandonará. Las series previas eran calibradas minuciosamente por Webern siguiendo analogías numerológicas bastante lúdicas como el cuadrado mágico.
La suma total del opus weberniano alcanza apenas las tres horas, el equivalente de una ópera de Mozart, como se ha dicho tantas veces, Sony la ha reeditado en su totalidad bajo la dirección de quien fuera con Stockhausen, uno de sus principales redescubridores, Pierre Boulez. Obra breve no tanto por la minuciosidad de orfebre de Webern, que sí la tenía, sino por su trágica muerte prematura en Mittersil, en 1945 a manos de un soldado estadounidense borracho que le disparó accidentalmente cuando el maestro salió distraídamente a pasear de noche, desafiando el toque de queda de las tropas de ocupación. El pobre infeliz se suicidaría veinte años más tarde, agobiado por este fatal error.
El catálogo oficial de Webern, editado desde un comienzo por Universal Edition alcanza las 31 obras, para diversos tipos de combinaciones instrumentales y vocales. A pesar de ser todas de excepción y calidad notables, destaco de entre mis piezas favoritas a las Cinco piezas para orquesta Op. 10, la primera obra de Webern que oí, en un casette malísimo en una radio peor todavía, de ésas que hacen delicia de los redescubridores de los penosos ochenta (sí, harto penosos acá en Chile, buen hombre, acuérdese, acuérdese). Piezas muy cortas, misteriosas, insinuantes. Schoenberg, comentarista entusiasta al principio, algo ofuscado (por la mayor gloria posterior de su discípulo) después, las resume como “una novela en un suspiro”, metáforas sonoras cargadas de gran profundidad emocional, como los hechizos de un mago, como las analectas de un filósofo, pero sin la contaminación y opacidad del lenguaje verbal. Suavidad imperceptible de las nuances que parecen roces de sonidos, sútiles timbres que se ocultan unos tras otros apenas por segundos, fortísimos espeluznantes de medio compás, que vuelven una y otra vez al silencio de donde emanan. No el de Cage quizás sino el silencio de la confidencia, de la intimidad. Dramática revelación bajo la rosa blanca de una música absoluta, “pura”. Al analizar la partitura puede verse la índole de este silencio, cada instrumento enuncia no sé si una frase, sino la parte de una frase, completada por uno o varios más instrumentos. Algunas piezas como la III y IV se extienden apenas por una decena de compases.
El catálogo oficial de Webern, editado desde un comienzo por Universal Edition alcanza las 31 obras, para diversos tipos de combinaciones instrumentales y vocales. A pesar de ser todas de excepción y calidad notables, destaco de entre mis piezas favoritas a las Cinco piezas para orquesta Op. 10, la primera obra de Webern que oí, en un casette malísimo en una radio peor todavía, de ésas que hacen delicia de los redescubridores de los penosos ochenta (sí, harto penosos acá en Chile, buen hombre, acuérdese, acuérdese). Piezas muy cortas, misteriosas, insinuantes. Schoenberg, comentarista entusiasta al principio, algo ofuscado (por la mayor gloria posterior de su discípulo) después, las resume como “una novela en un suspiro”, metáforas sonoras cargadas de gran profundidad emocional, como los hechizos de un mago, como las analectas de un filósofo, pero sin la contaminación y opacidad del lenguaje verbal. Suavidad imperceptible de las nuances que parecen roces de sonidos, sútiles timbres que se ocultan unos tras otros apenas por segundos, fortísimos espeluznantes de medio compás, que vuelven una y otra vez al silencio de donde emanan. No el de Cage quizás sino el silencio de la confidencia, de la intimidad. Dramática revelación bajo la rosa blanca de una música absoluta, “pura”. Al analizar la partitura puede verse la índole de este silencio, cada instrumento enuncia no sé si una frase, sino la parte de una frase, completada por uno o varios más instrumentos. Algunas piezas como la III y IV se extienden apenas por una decena de compases.
Estas piezas irradian enigma a cada paso, pero no son fruto de una música programática, si bien pareció ésa la intención inicial (La obra estaba dedicada a la madre recientemente fallecida del compositor) mucho más extensa, pero que luego cedió al rigor formal que finalmente la convirtió en esta bella colección de pequeños diamantes. Conforman todas un dictum definitivo, pero prudente, como un mensaje numinoso, muy alejado del fervor wagneriano o la sensualidad narcótica de Debussy. Con algunos autores, coincido que esta obra de 1913 se anticipa en novedad a Petrushka de Stravinsky, siendo una obra auténticamente de vanguardia. Toda la música del siglo XX pasa por estos casi seis minutos de genialidad y asombro. Tal cual una buena novela se comprende en su plenitud leyendo los dos primeros párrafos, la audición atenta de esta obra traza el esbozo de una nueva sensibilidad musical, que vaciará teatros y salas de conciertos, es verdad, pero llenará aún más de sentido a un arte que se dinamitará por dentro en el más turbulento de los siglos.
Como he dicho ya varias veces, los opuestos se atraen fatalmente, tal vez para algún día trascender en un hombre nuevo, reconciliado con lo Eterno: Tal es la subjetividad de esta y otras obras que se sumergen en la objetividad más preclara. Webern gustaba de contemplar la naturaleza con todo esplendor. Con minuciosidad científica observa los cristales de nieve que jamás se repiten, la forma infinitamente variada de las flores, la oscilación de las nubes sobre las montañas siempre albas de Salzburgo.
La nota de Transtel muestra el primer movimiento de la Sinfonía Op. 21 ilustrada por las secretas leyes tras el movimiento de los planetas, la apertura y cierre de una flor, la nervadura de las hojas y las volutas del humo de un cigarro. Webern vio todo eso y más; la mimesis de sus obras quiere reflejarlas devotamente. Quizás eso fue, como Acteón descubriendo a Artemisa desnuda bajo la luna, su perdición.
Suelo atribuirlo a la envidia de algún dios: Cuando un mortal logra levantar las faldas del cosmos y nos revela su gozoso secreto éste opta por dos cosas: O bien sumirlo en la total indiferencia de los otros o simplemente quitarlo violentamente de este mundo. La bala ebria y estúpida de Mittersil es la evidencia incontestable de lo segundo.
En verdad os digo: La Plenitud vibra en esas pocas páginas verdaderas. Y es nuestra herética tarea escucharlas.
PD audiovisual: Variations für Klavier Op. 27, interpretado por Glenn Gould:
Hipertextografía:
Biografía, catálogo de obras y algunas piezas en mp3
http://www.antonwebern.com/
Sitio con imágenes y panegírica
http://www.uv.es/~calaforr/Webern/webern.htm
Completo perfil, incluye fragmentos de sus obras
http://www.bbc.co.uk/music/profiles/webern.shtml
Semblanza de la vida y obra del maestro
http://www.musicaltimes.co.uk/archive/obits/194601webern.html
Como he dicho ya varias veces, los opuestos se atraen fatalmente, tal vez para algún día trascender en un hombre nuevo, reconciliado con lo Eterno: Tal es la subjetividad de esta y otras obras que se sumergen en la objetividad más preclara. Webern gustaba de contemplar la naturaleza con todo esplendor. Con minuciosidad científica observa los cristales de nieve que jamás se repiten, la forma infinitamente variada de las flores, la oscilación de las nubes sobre las montañas siempre albas de Salzburgo.
La nota de Transtel muestra el primer movimiento de la Sinfonía Op. 21 ilustrada por las secretas leyes tras el movimiento de los planetas, la apertura y cierre de una flor, la nervadura de las hojas y las volutas del humo de un cigarro. Webern vio todo eso y más; la mimesis de sus obras quiere reflejarlas devotamente. Quizás eso fue, como Acteón descubriendo a Artemisa desnuda bajo la luna, su perdición.
Suelo atribuirlo a la envidia de algún dios: Cuando un mortal logra levantar las faldas del cosmos y nos revela su gozoso secreto éste opta por dos cosas: O bien sumirlo en la total indiferencia de los otros o simplemente quitarlo violentamente de este mundo. La bala ebria y estúpida de Mittersil es la evidencia incontestable de lo segundo.
En verdad os digo: La Plenitud vibra en esas pocas páginas verdaderas. Y es nuestra herética tarea escucharlas.
PD audiovisual: Variations für Klavier Op. 27, interpretado por Glenn Gould:
Hipertextografía:
Biografía, catálogo de obras y algunas piezas en mp3
http://www.antonwebern.com/
Sitio con imágenes y panegírica
http://www.uv.es/~calaforr/Webern/webern.htm
Completo perfil, incluye fragmentos de sus obras
http://www.bbc.co.uk/music/profiles/webern.shtml
Semblanza de la vida y obra del maestro
http://www.musicaltimes.co.uk/archive/obits/194601webern.html
Análisis de Cinco piezas para orquesta
http://www.ac-bordeaux.fr/Pedagogie/Musique/pagwop10.html
Saturday, October 07, 2006
Larguémonos por un rato
I believe you, Mr. Wilson,
I believe you anyway
And I'm always thinking of you
When I hear your music play
And you know it's true
That Wales is not like California in any way
when I listen to your music
You're still thousands of miles away
John Cale
El año 1966 fue clave al momento de generarse una importante innovación en la música popular: La concepción del disco larga duración como una obra completa, más que una simple colección de canciones. Una novela más que una hilera de postales. Hasta 1965 más o menos, un long play era en el mundo del pop un producto íntegramente comercial en el cual se rodeaba a los hits radiales de rigor, de un puñado de canciones secundarias, muchas de ellas bastante malas. Bueno, este vicio de las multinacionales continúa hasta hoy, incluso peor que nunca (caso Britney Spears y sus patéticas clones inter alia)
Como decíamos, esta tendencia la rompieron probablemente por primera vez The Beatles al lanzar Rubber Soul, disco de transición en el que los fab four empezaban a hastiarse de los chillidos con los que sus fans arruinaban sus conciertos. El disco notable aunque heterogéneo, que incluía los brillantes Nowhere Man e In my life y los mediocres Drive My car y Run for your life fue sin embargo, un aliciente para un inquieto músico, prisionero hasta hace mucho del circo del show business; como Elvis, quería vuelo propio pero sus contratos se lo impedían: Brian Wilson. Sin embargo, este hombre era obstinado: logró que una brillante orquesta de sesionistas grabase con las bellas voces de sus Beach Boys el mágico Pet Sounds. Lo de usar otros músicos en vez de los aclamados en las portadas de los discos también era bastante común. A&R men hacían castings con chicos bonitos de costa a costa, los hacían fingir que tocaban instrumentos, aunque los discos eran grabados por músicos de sesión, el caso de The Monkees es paradigmático.
The Beach Boys estaban condenados a algo parecido, sólo que cantaban de un modo notable, en una tradición que mezclaba el gospel con Tin Pan Alley y las canciones campesinas de Kansas. Jimmy Hendrix solía burlarse de ellos y de su estilo de “cuarteto de barbería”, lo cual quizas era algo cierto, pero bajo el contexto del ardiente sol de California, sus chicas en bikini y el surf logró popularidad y todo un trademark. Los chicos de la playa quedaron, así, encasillados como trivial banda de fiesta y vacaciones, porque eso decía el contrato así que a cerrar la boca. Pero Brian Wilson era obstinado, y quería más.
Nuestro melancólico republicano favorito se encerró un día junto a su piano y al letrista Tony Asher. En seguida reunió a la banda que componían además sus hermanos Carl y Dennis, junto a su primo, un ofuscado Mike Love y Alan Jardine, acompañados de un nutrido ensemble de ases californianos de estudio, dieron vida a Pet Sounds, una obra maestra de romanticismo al estilo de las películas clásicas de Hollywood, de ésas que son nuestro placer culpable. La ocasión será una de las primeras veces en que el estudio pasa a ser un instrumento de composición por derecho propio. Aquí el talento precoz de Wilson fluyó como nunca y legó once bellas “sinfonías de bolsillo”, como él mismo gustaba de llamar a sus composiciones: De aquí surgieron Caroline No, para Wilson su mejor balada, el primer uso de un theremin ( o un aparato semejante, creo) en un tema po, I wasn’t made for these times, las innovaciones tímbricas de Wouldn’t It Be nice, Here Today o el instrumental que le da el título al disco. (Aunque presiento que el tema antes conocido como Run James Run en alusión al flemático Agente 007, fue retitulado después bajo el concepto del disco), también puede escucharse ese sublime himno que es God Only Knows, el bello corno francés de la introducción y su emocionante canon al final, (que los gringos llaman rounds) y que tan bién aparece en en el desenlace de esa peli tan divertida y cebollera, que me encanta por lo demás, Love Actually. Mención especial el hecho de que tras estas sesiones se grabó el primer megahit del grupo Good Vibrations, notable por sus cambios de tempo, juegos vocales orquestación, tema eje entre Pet Sounds y el abortado Smile de 1967, antes del trágico descenso de Mr. Wilson en un caos de casi diez años.
No puedo dejar, por cierto, de destacar ese increíble instrumental que es paradigma de una pocket symphony por derecho propio, y que está pudorosamente escondido en la ex cara A de Pet Sounds: Let’ s go away for a while. Con bellas cadencias y soprendentes juegos de dinámica y timbre, la orquesta recrea como pocas veces la sophrosine de la soledad y la evasión: Pocas veces el pop es tan expresivo, crepuscular y esperanzador. Este tema es la primera canción de rock progresivo de la historia (Fue grabada antes que el Freak Out! de Zappa)
El pop deja sus espinillas, se pone instrospectivo e irónico. Quiere dialogar con el jazz y los clásicos en serio. Ya no piden a Beethoven que se quite sino que quieren aprender de él (Esto me recuerda el poema de Pound sobre Walt Whitman). Gracias a este tema y al disco en general todo fue posible para los músicos pop que miraron más allá de los dólares y la tevé. The Beatles recibirían el reto solitario de Wilson y replicarían nada menos que con Revolver y Sergeant Pepper. Wilson, genio atormentado como los que describe Italo Calvino, tardará casi cuarenta dolorosos años en devolverles la mano, finalmente concluyendo brillantemente a mi modo de ver el postergado sueño de Smile.
En 1967 Zappa inventaría el disco conceptual y traería a Stravinsky y Wagner a hacer jam con Chuck Berry y los blueseros de Chicago, Captain Beefheart recluiría a su banda para arrojar al blues a la estratosfera, The Velvet Underground y Hendrix, ese Paganini de los hippies, descubrían el feedback como recurso compositivo y The Who lograban posicionarse metairónicamente sobre las infundias del mercado con Sell Out. ¡Qué par de soberbios años aquellos 1966 a 1967! El cielo tocó al infierno ese año, dicen los esotéricos. Ese año la música popular creció, se tocaron los dedos la vanguardia y las cancionzuelas populares... y se gustaron, otra vez. Ese año todos se largaron del fraude mainstream por un rato y se iluminaron. Hoy abundan en el pop la apatía y la confusión con banditas de un día que rasguean tres acordes para MTV y citan por citar, sin nada ya que decir. Rayos, ¿por que ya nadie se manda a cambiar a buena parte por ese necesario rato?
Hipertextografía:
Liner notes de Pet Sounds
http://www.beachboysfanclub.com/ps-liner.html
Página web del Maestro
http://www.brianwilson.com/
Documental sobre la obra
http://www.youtube.com/watch?v=niBaFOsWko0
I believe you anyway
And I'm always thinking of you
When I hear your music play
And you know it's true
That Wales is not like California in any way
when I listen to your music
You're still thousands of miles away
John Cale
El año 1966 fue clave al momento de generarse una importante innovación en la música popular: La concepción del disco larga duración como una obra completa, más que una simple colección de canciones. Una novela más que una hilera de postales. Hasta 1965 más o menos, un long play era en el mundo del pop un producto íntegramente comercial en el cual se rodeaba a los hits radiales de rigor, de un puñado de canciones secundarias, muchas de ellas bastante malas. Bueno, este vicio de las multinacionales continúa hasta hoy, incluso peor que nunca (caso Britney Spears y sus patéticas clones inter alia)
Como decíamos, esta tendencia la rompieron probablemente por primera vez The Beatles al lanzar Rubber Soul, disco de transición en el que los fab four empezaban a hastiarse de los chillidos con los que sus fans arruinaban sus conciertos. El disco notable aunque heterogéneo, que incluía los brillantes Nowhere Man e In my life y los mediocres Drive My car y Run for your life fue sin embargo, un aliciente para un inquieto músico, prisionero hasta hace mucho del circo del show business; como Elvis, quería vuelo propio pero sus contratos se lo impedían: Brian Wilson. Sin embargo, este hombre era obstinado: logró que una brillante orquesta de sesionistas grabase con las bellas voces de sus Beach Boys el mágico Pet Sounds. Lo de usar otros músicos en vez de los aclamados en las portadas de los discos también era bastante común. A&R men hacían castings con chicos bonitos de costa a costa, los hacían fingir que tocaban instrumentos, aunque los discos eran grabados por músicos de sesión, el caso de The Monkees es paradigmático.
The Beach Boys estaban condenados a algo parecido, sólo que cantaban de un modo notable, en una tradición que mezclaba el gospel con Tin Pan Alley y las canciones campesinas de Kansas. Jimmy Hendrix solía burlarse de ellos y de su estilo de “cuarteto de barbería”, lo cual quizas era algo cierto, pero bajo el contexto del ardiente sol de California, sus chicas en bikini y el surf logró popularidad y todo un trademark. Los chicos de la playa quedaron, así, encasillados como trivial banda de fiesta y vacaciones, porque eso decía el contrato así que a cerrar la boca. Pero Brian Wilson era obstinado, y quería más.
Nuestro melancólico republicano favorito se encerró un día junto a su piano y al letrista Tony Asher. En seguida reunió a la banda que componían además sus hermanos Carl y Dennis, junto a su primo, un ofuscado Mike Love y Alan Jardine, acompañados de un nutrido ensemble de ases californianos de estudio, dieron vida a Pet Sounds, una obra maestra de romanticismo al estilo de las películas clásicas de Hollywood, de ésas que son nuestro placer culpable. La ocasión será una de las primeras veces en que el estudio pasa a ser un instrumento de composición por derecho propio. Aquí el talento precoz de Wilson fluyó como nunca y legó once bellas “sinfonías de bolsillo”, como él mismo gustaba de llamar a sus composiciones: De aquí surgieron Caroline No, para Wilson su mejor balada, el primer uso de un theremin ( o un aparato semejante, creo) en un tema po, I wasn’t made for these times, las innovaciones tímbricas de Wouldn’t It Be nice, Here Today o el instrumental que le da el título al disco. (Aunque presiento que el tema antes conocido como Run James Run en alusión al flemático Agente 007, fue retitulado después bajo el concepto del disco), también puede escucharse ese sublime himno que es God Only Knows, el bello corno francés de la introducción y su emocionante canon al final, (que los gringos llaman rounds) y que tan bién aparece en en el desenlace de esa peli tan divertida y cebollera, que me encanta por lo demás, Love Actually. Mención especial el hecho de que tras estas sesiones se grabó el primer megahit del grupo Good Vibrations, notable por sus cambios de tempo, juegos vocales orquestación, tema eje entre Pet Sounds y el abortado Smile de 1967, antes del trágico descenso de Mr. Wilson en un caos de casi diez años.
No puedo dejar, por cierto, de destacar ese increíble instrumental que es paradigma de una pocket symphony por derecho propio, y que está pudorosamente escondido en la ex cara A de Pet Sounds: Let’ s go away for a while. Con bellas cadencias y soprendentes juegos de dinámica y timbre, la orquesta recrea como pocas veces la sophrosine de la soledad y la evasión: Pocas veces el pop es tan expresivo, crepuscular y esperanzador. Este tema es la primera canción de rock progresivo de la historia (Fue grabada antes que el Freak Out! de Zappa)
El pop deja sus espinillas, se pone instrospectivo e irónico. Quiere dialogar con el jazz y los clásicos en serio. Ya no piden a Beethoven que se quite sino que quieren aprender de él (Esto me recuerda el poema de Pound sobre Walt Whitman). Gracias a este tema y al disco en general todo fue posible para los músicos pop que miraron más allá de los dólares y la tevé. The Beatles recibirían el reto solitario de Wilson y replicarían nada menos que con Revolver y Sergeant Pepper. Wilson, genio atormentado como los que describe Italo Calvino, tardará casi cuarenta dolorosos años en devolverles la mano, finalmente concluyendo brillantemente a mi modo de ver el postergado sueño de Smile.
En 1967 Zappa inventaría el disco conceptual y traería a Stravinsky y Wagner a hacer jam con Chuck Berry y los blueseros de Chicago, Captain Beefheart recluiría a su banda para arrojar al blues a la estratosfera, The Velvet Underground y Hendrix, ese Paganini de los hippies, descubrían el feedback como recurso compositivo y The Who lograban posicionarse metairónicamente sobre las infundias del mercado con Sell Out. ¡Qué par de soberbios años aquellos 1966 a 1967! El cielo tocó al infierno ese año, dicen los esotéricos. Ese año la música popular creció, se tocaron los dedos la vanguardia y las cancionzuelas populares... y se gustaron, otra vez. Ese año todos se largaron del fraude mainstream por un rato y se iluminaron. Hoy abundan en el pop la apatía y la confusión con banditas de un día que rasguean tres acordes para MTV y citan por citar, sin nada ya que decir. Rayos, ¿por que ya nadie se manda a cambiar a buena parte por ese necesario rato?
Hipertextografía:
Liner notes de Pet Sounds
http://www.beachboysfanclub.com/ps-liner.html
Página web del Maestro
http://www.brianwilson.com/
Documental sobre la obra
http://www.youtube.com/watch?v=niBaFOsWko0
Sunday, October 01, 2006
Vindicación de Cocteau Twins
Prólogo catilinario
Y todo esto porque quiero escribir una vindicación de Cocteau Twins, mi banda pop fetiche, una de las pocas que vengo revisitando desde hace ya quince años. Malum signum, se diría, habiendo abierto fuegos con Edgar Vàrese, y luego saliendo con esta actitud poser (así, con acento gutural thrasher). Peor aún, mientras audiciono el alucinante Strange Strings de Sun Ra. Qué me pasa? Claro, le estás dando candela a tus adversarios, chico. Es cierto, pero necesidad obliga. Y a este trío escocés postpunk van dedicadas estas pocas palabras, he dicho.
Siento peculiar atracción hacia los opuestos. Como Basílides de Alejandría, creo que el hombre ha de ser el parteaguas de la Razón y la Locura, el Amor y el Odio, el Bien y el Mal... una fina copa de Carmenère de un año de sequía y un frío vaso de Coca Cola, una sublime coreografía de delfines bajo el mar y una fervorosa pelea de mujeres (Ha visto, buen hombre, violencia más definitiva y abismal que ese Tiamat de pelos desgreñados, carísima ropa rota y carmín de labios mezclado con sangre?) El humor brillante de Borges y una broma de Saturday Night Live sobre los jeans de las adolescentes me motivan por igual a una ráfaga de carcajadas, de ésas que te dejan tumbado en el suelo por largos minutos, en una especie de posesión que sólo el dios de la Comedia puede lograr. La seducción de lo horrible, lo llama Castelli.
Pero como todo en la vida, también hay una doble intención: Mi desprecio olímpico, y sin piedad, contra los intelectuales shilenos cursis que se jactan de frecuentar el cine iraní y condenan el animé japonés, por infantil (¿quién protagoniza uno de los filmes claves del brillante cine persa, buen hombre?) y se creen muy cool por despreciar los comics, y que andan leyendo en cafés de Eduardo de la Barra a Roberto Bolaño sin entender un mero carajo. Estos tristes tipejos se cuidan el cutis ideológico con cualquier crema hidratante posmo que esté de moda y pasan jibarizando todo lo que se mueve como viejas de barrio y finalmente viven una vida más miserable que el resto.
¿El cielo o Las Vegas?
Convenciones del caso para situarnos-en-un-contexto, me obligan a localizar a esta banda en la Edimburgo tatcheriana de los ochentas. O sea, un ambiente posindustrial patético y empobrecido por los chamanes del neoliberalismo. Al ritmo de Manchester a lo lejos y en una discotecque muy muy mala, Liz Fraser y Robin Guthrie se conocen. Surge así, primero bajo la influencia muy fuerte de Siouxie and The Banshees (que ellos niegan pero, vamos... ) un proyecto de voz, bajo y guitarra sin batería humana sino con las en aquel entonces novedosas cajas de ritmo. El bajo estaría a cargo primero de Will Hegie, quien sería reemplazado muy rápidamente por el más proficiente Simon Raymonde en bajo y teclados.
Y qué música hacen estos tipos? Se pregunta usted, inmerso quizás en los rulos de Shakira o en el rock “trascendente” de Dream Yo-le-copio-a-Bach-y-soy-muy-rudo-y- esotérico Theater. Una delicada y vaporosa filigrana de voces y guitarras en ritmos rockeros y funkies quiebradizos, típicamente británicos, pero empapados de chorus y delays, trascendiendo el clásico 4/4 y creando sutiles atmósferas oníricas. Algunos críticos que han leído demasiado mal a los románticos ingleses llaman a esta música “heavenly voices” u “oceanic rock”, pero los mismos Cocteau se muestran muy agnósticos al respecto. En sus entrevistas adustas y somnolientas niegan toda filiación marítima o celestial y, para perplejidad de muchos de sus seguidores, (como los que abarrotan la Blondie), rechazan todo vínculo con la cultura gótica, “más bien somos lo opuesto”, afirmaban, sacudiendo sus pésimos peinados. Pero de que eran notables a la hora de hacer discos, nadie lo duda. Eran porque, snif, ya no funcionan como banda hoy por hoy. Liz y Robin se casaron en el ínterin y tuvieron una hija, Lucybell (Ooh!, te oigo exclamar) y, como suele ocurrir en cualquier especie que no sea grulla oriental o cisne, se separaron, rompiendo la banda en dos y dejando a Simon Raymonde con cara de “en qué minuto”.
La niña circular
Podríamos decir que la clave de su gran atractivo sonoro es el diálogo terso entre la voz de soprano de coloratura de Liz con los arpegios plenos de efectos de la guitarra de Guthrie. Aunque shoegazer en ataques negligentes que no desdeñan la barra de whammy y la distorsión pro psicodelia, prefiere entretejer un colchón sonoro para las nubes de notas gorjeadas por Liz, todo ello apoyado por un lúcido bajo con chorus y drums machines primero muy duras e industriales empapadas de reverb, hasta baterías sampleadas secuenciadas con sobriedad. Las letras son una bella glosolalia enhebrada como en sueños, revelan pero ocultan, no dicen nada y parecen señalarlo todo...
Soy devoto de todo su catálogo. Recuerdo haber comenzado por Heaven or Las Vegas y su regusto a glamorosa noche de copas y luces de ciudad desde lo alto, acompañado de prometedores vestidos de lentejuelas. Seguí con, (es que es cierto), las poderosas asociaciones de mar y crepúsculo de Blue Bell Knoll o Victorialand su mejor disco. No tenía salvación posible y seguí oyendo a esta sirena envuelta enguirnaldas de organza. Es así como nuestro héroe llegó al misterio y la ingravidez de pluma sugeridos por Four Calendar Cafe, Milk and Kisses o Treasure, donde Cocteau Twins se adentran en el mundo del Eterno Femenino y sus secretos. Bueno, quizás nunca salieron de ahí. Venus se aparece en el delirio dulce de cada canción (ahora estoy escuchando Love easy tears, ¿ven lo que les digo?) como cantando desnuda una canción de cuna que nos mece tiernamente hacia el abismo susurrante de Nunca Jamás...
Cada vez que entro a un bosque o visito la querida cercanía del mar surge en mi mente la voz de terciopelo rencoroso de Liz y la narcosis de celofán de las guitarras de Guhtrie. No puedo evitarlo: formarán parte indisoluble del paisaje.
Playlist de Cocteau Twins: Si yo cayera en isla desierta, lejos de los esperpentos de Expedición Robinson, llevaría estos temas en la I pod. Añado comentarios que apenas si rozan mis sensaciones cuando las oigo, pero creo que la idea queda clara:
Athol Brose (Aquí el mar y yo nos conocimos, fatal, deliciosamente)
Circling Girl (No puedo evitar llorar escuchando esto)
Footzepolitic (Sobre una medusa a vela, navegamos)
Amelia (Si existen las Euménides, éste es su cántico celebratorio)
A Kissed Redfloat Boat (Delicia camina aún por el mundo...)
Treasure Hiding (No puedo evitar llorar escuchando esto II)
Pearly Drew Drops Drops (Cinco años de poemas lánguidos por culpa de esta canción)
Aikea Guinea (Ese coro, ese coro)
Love Easy Tears (Poseso, giro en torno a un fantasma violeta)
My truth (El oleaje, mi rostro que se diluye entre las monedas de oro del sol, rayos, qué hago frente a esta fría pantalla de computador y no voy hacia...)
He aquí la belleza de Heaven or Las Vegas
Hipertextografía:
Más sobre esta maravillosa banda en este E-zine, incluye mp3, fotos y videos:
http://www.cocteautwins.com/
Videos, incluyendo actuaciones en vivo.
http://www.youtube.com/results?search_query=cocteau+twins&search=Search
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