Magma en Chile 08 de diciembre de
2013. Teatro Caupolicán.
La reciente conversión de nuestro
país en estación obligada de varios conciertos tal vez instigaba a acariciar la
sola idea de verlos. ¿Por qué no?
Masada, Fred Frith y Chris Cutler, René Lussier y Jean Derome, Alex Von
Slippenbach eran nombres que nos habían
hecho creer, al recalar sus ilustrísimas presencias en los aislados conciertos
a los que, gracias al boca en boca, habíamos podido asistir. Entonces, ocurrió
lo impensable. Leemos en Facebook que el gestor del encuentro hizo un esfuerzo
de meses hasta lograr contactarlos. Al poco tiempo se anunciaba su visita a
Chile: Así es, la primera gira latinoamericana de Magma consistiría en dos
conciertos, nada menos, uno en Valparaíso y otro en Santiago.
Era obvio, pocos lo creíamos
posible. La posibilidad de un hoax era más que evidente. Buenos Aires o Río
parecen ser los destinos de toda banda que se respete. De hecho las únicas
giras que King Crimson había hecho por nuestro continente se limitaron a Brasil
y Argentina. Christian Vander entonces decidió encaminar a sus dirigidos hacia
esta larga y estrecha faja de tierra, supongo que para gran intriga de sus fans
de estos dos países. Bueno, que alguna vez les toque a ellos…
Y entonces ocurrió. Acunada en
mis manos como una cría recién nacida, atesoraba la entrada. Veía pasar los
meses de mi pálida vida de docente, esperando la hora señalada. De un modo
mágico debo consignar, sin embargo, que unas semanas antes del concierto, un
incendio casi destruye el Teatro Municipal, verdadera desgracia para nuestra historia y cultura, donde se rendiría una versión de Le
Sacre Du Printemps de Stravinsky a cargo de la Orquesta Sinfónica de Chile. El
evento se trasladó, sin embargo, al Teatro Caupolicán, el martes 03, instancia a la que fui
invitado. Esta obra monumental,
telúrica, dionisíacamente despiadada me hizo pensar en que me encontraba en ese
viejo teatro, al padre y una semana después, en el mismo lugar, lo haría con el
hijo…
Un amigo a través de su blog en
francés deslizaba por anticipado el set
list, y el dramatis personae que nos deslumbraría; no sólo figuraban nuevas
piezas en el repertorio de Magma, probadas por las largas giras francesas que
suele emprender el grupo, como Felicité
Thösz, editada el año pasado o Axiüm,
que los fans conocimos primero como Ballet
Slave y luego Slag Tanz. Los
últimos conciertos incluían, además particulares nuevas versiones de Attahk, como Maahnt, ofrecida como encore…
Me parecía muy bien, lo que tocara el Zëbehn
Strainn de Gustaah me volvería loco al primer acorde que atacaran… pero, ¿MDK? Tal era el spoiler sugerido
perversamente por nuestros cómplices, con quienes secreteábamos el
acontecimiento más importante del año. Pocos acudimos a la cita fundamental, es
cierto. Pero al final quienes estábamos agradecidos apenas se asomó la Zeuhl Wortz en pleno, éramos realmente nosotros,
no la audiencia, viejo, los fieles… Los profanos se han burlado de Vander y de
nosotros por décadas, no importa, cada vez que el maestro francés aparece tras
los parches, todos esos chuscos se van literalmente a donde pertenecen.
Ahí estábamos, jubilosos, al borde del llanto
y la locura, poseídos por la energía implacable de un Christian Vander con una
vitalidad y técnicas intactas, su batería rugió, murmuró, estalló y repicó sólo
como el maestro logra que lo haga, por cierto que ello no es todo sin una
Stella seria, imperturbable, su voz y presencia literalmente sugerían el
hechizo; vimos nuevamente a la bella Isabelle Feuillebois, a Phillipe
Busonnette (sonó con un poco menos de contundencia su bajo, eso sí) y un cada
vez más inspirado James Mc Gaw, todos ellos ya partes integrales de este
renacido Magma, que contaba además con el vibrafonista Benoit Alzary y con el
tecladista Jeremie Ternoy, quien brindó un muy jazzístico solo en su Fender Rhodes. Mención aparte
al extraordinario trabajo vocal de Herve
Aknin, quien nos hizo olvidar la ausencia de Klaus Blasquiz, olvidado héroe del
conjunto, clave del sonido y el concepto del Magma clásico, al que por cierto
habríamos querido ver aquí.
No voy a escribir la basura de que
esta es una banda “afiatada”, así, con tono cutre de periodista de rock, porque
Magma es una de esas agrupaciones, como la Sun Ra Arkestra, como el cuarteto
clásico de John Coltrane, como la orquesta de Duke Ellington, como This Heat o
el mejor Can, que trascienden por lejos ese significado, una comunidad de
músicos orientados a ofrecer la música como un don espiritual, músicos con
convicción, artistas a los que sí les crees.
Se inició la ceremonia con una
rendición casi íntegra de Felicité Thösz
(faltó el final), nítida, precisa, el solo de
Ternoy no se ajustó a la versión más bien docta del original del anterior pianista Bruno Ruder, no tenía por qué
hacerlo, en realidad. Aknin y Stella brillaron en una obra eminentemente vocal que recuerda el espíritu
de Würdah Itäh (reminscencia que no
he leído en ninguna parte, que yo sepa), un muy particular cruce de influencias
de músicas del mundo (Japón, el góspel, una vez más Orff y Wagner) tamizadas
bajo la égida de la Zeuhl. Entonces, en el magnífico clímax de esta regocijada
pieza, Vander nos regaló un espléndido chorus vocal que nos revela que su
inconfundible registro se mantiene en las cumbres de los más grandes
intérpretes de la música del siglo. No será la última vez en el concierto.
Axiüm estaba siendo anunciado, en correcto español, como parte del
nuevo disco de Magma por un distendido Aknin, cuando Vander lo interrumpe
graciosamente iniciando esta contrastante pieza, un áspero motivo que se
reitera, trayéndonos esa otra veta de Magma, más oscura y dionisíaca, su
obsesiva repetición caló hondo, transportó. La ovación subsecuente fue nuestra
mínima dádiva. Fue así como, sin pausa
alguna, el vocalista anuncia “una pieza familiar para todos” que
“reconoceríamos inmediatamente apenas oyéramos las primeras notas”. Y, sí, los
peregrinos que recibimos al Maestro, (no al revés, señores místicos tan
devaluados hoy) no podíamos creerlo: Era cierto, Magma nos regalaba lo que
esperamos por años de años, casi veinte en mi caso, el sempiterno clásico Mekänik
Destrüktiw Kommändoh, bailamos, reímos, lloramos, como dije, con
desconocidos acólitos nos abrazamos emocionados. Tienes que vivirlo lector, si
lo sagrado existe, se vive en esos trepidantes cuarenta minutos de una suite
que hermana a Orff, Wagner y Stravinsky con el góspel el rock y el jazz de
Coltrane. En medio del éxtasis, cuando viene la sección instrumental (Mekänik Zäin), Paganotti, Lockwood, Mc
Gaw nos dieron su chorus inspirado alguna
vez, hoy el mismo Vander tomaba el micrófono y nos volvía a regalar, por segunda
vez algunos momentos de su diálogo con
lo trascendente. Nos movemos, nos conmovemos, soñamos, el cosmos se abre ante
nuestros oídos, lo que Vander transmite es esa fe que las religiones, los
cultos monopolizados insisten en comerciar en pobre envase en mezquina
conserva, evoco esto una semana después casi, la experiencia sobrecogedora
vuelve a remecer mi espíritu, aquí hay uno que persiste con tenacidad heroica
en comunicar la verdad, el evangelio de un arte renovador, restaurador,
salvífico. No es entretención espúrea, placebo de drogas duras, hedonismo
barato o comedia posmoderna sin nada, literalmente, bajo el vestido: Es
sentido, es felicidad, es vida.
La sección final, tribal del
tema, tras un clímax tremendo que nos pegó al noble techo del viejo teatro
sirvió para presentar a unos atronadora y merecidamente aplaudidos músicos. Tras
una corta despedida. El encoré, presentado por Stella fue una versión de Kobaiä preparada de manera especial,
como señaló ella explícitamente, para el público chileno. Este tema, más
cercano a la versión del primer álbum que a la del álbum Hhäi, fue bailado y coreado por toda la audiencia ya al borde del
paroxismo, todos de pie, pegados ahora al escenario. El grupo se largó en una
improvisación que recordó al jazz rock de Soft Machine, al que Magma rinde
explícito homenaje en sus dos primeros discos, con un Vander simplemente sublime a la batería,
secundado por la sección instrumental del grupo. Notable el interjuego del
vibráfono y el Rhodes; al final, Bisonette brilló como todo bajista zeuhl que se
respete debe hacerlo, mientras que Mc Gaw nos hizo pensar como hubiera sonado
John McLaughlin en Magma, aunque más bien a mí me recordó a Brian Godding...
El grupo de una manera sencilla y
humilde se despidió. Las luces se prendieron. Nos fuimos felices. La música de las esferas siguió y sigue
cantando en nuestros oídos. Una vez más y como nunca, Maestro Vander, a usted,
Merci Beaucoup, nada más.
PD: En Youtube hay varias capturas del concierto, fotos y homenajes del público chileno, búsquenlos...
Occidente, la tierra donde
cae el sol, el instante donde se sumerge su ígnea esfera bajo aguas neblinosas.
Occidente como oposición a oriente. La tan manida razón contra intuición.
Erección y exaltación del ego versus disolución y vacío del mismo. A veces a mí
me cansa occidente, que es la mitad del globo que acabó hegemonizándonos a
nosotros los sudamericanos, siendo que tantas cosas unían a los precolombinos
con el pensamiento oriental, pirámides incluidas…
Este occidente que continúa posando
de un desacreditado suprarracionalismo (explicar, explicar, explicar, tres
tijeras dice Claudio Bertoni) que se siente detentor de verdades que debe estar
enmendando, corrigiendo cada tanto, padece hoy en día un nuevo síndrome o mueca
snob, tontorrón como sonsonete de socialité: La enfermedad del desdén fácil, de
la ironía gratuita (me incluyo) hacia todo lo que no entiende. Basta ver la
horda de trolleros y chantas que pululan por internet, plaga social de lo que
lleva este siglo, peor que la fiebre porcina o la meningitis, enfermedad de la
que alguna vez también tuve el horror de ser huésped. Como el obtuso Bernard de
aquella novela de Ian McEwan, Los perros negros, el occidental dice amar las
ideas, pero desprecia a los individuos en nombre de las cuales lucha.
Llevamos un lustro y algo de
un siglo nuevo que nos prometía cambios necesarios que hoy son reemplazados por
esa mueca despectiva y paternalista estilo “really?”. Y así, este estudiado y
vacío desdén posmoderno denigra cualquier resabio de auténtica expresividad,
auténtica búsqueda, auténtico asombro. Máscara
burguesa que apenas disimula el vacío de sus vidas mínimas. Potencialmente
todos caen, del académico (supuestamente) laureado, hasta el cretino de la
esquina, ese que no le ganó a nadie y suelta o la bravata o al pitbull contra
quien se aproxime a su camioneta de narco…
Dos: Regresos
Como mi niño interior se
resiste a salir de su confortable escondite, sigo valorando aquella
aproximación desnuda, límpida como la página en blanco que llevaron tan lejos,
a tantos creadores de verdad. Esa inocencia mágica de tardes de verano, risas,
lagunas y pies llenos de barro. Esa luminiscencia de las primeras estrellas, el
color de los pájaros o el misterio evanescente de las primeras puertas
traspuestas, lejos de los padres. Entonces exclamo esa palabra francesa, bella
como una adolescente provenzal en un campo de espigas barrido por el Mistral, “naïveté”, a traducir
apresuradamente como ingenuidad. Los franceses que tanto saben de esto, no la
usan para censurar, sino para explorar o señalar.
Pienso en un Aduanero
Rousseau o a una Seraphine, grandes talentos que hoy nadie cuestiona y que en
su momento la crítica llamó pintores ingenuos, amateurs en apariencia, alejados
de escuelas y partidos estéticos, pero dotados ciertamente de genio. Algunas
pinturas simbolistas también podrían ingresar bajo este luminoso alero. En la
música, dicho concepto podría aplicarse a Anton Bruckner, el buen aldeano del
que todos se burlaban y cuyas majestuosas sinfonías rivalizan con Wagner en
emoción y profundidad, conmoviendo a las masas todavía hoy.
Una exploración sincera,
libre, completamente abierta al inconsciente, sin preconceptos de ninguna
especie, un umbral real que, se sabe, los niños tienen y viene luego la
educación y la pone en su lugar clausurándola por insalubre socialmente, esa
naïveté, es lo que quiero y necesito, bajo la arboleda de claustro en la cual
camino hoy mientras divago, secretamente, entre el follaje que se confunde
entre tantos verdes, malva y dejos de dorado…
Tres: Los organilleros
Feliz navidad a ustedes, capìtanes Algunos
sacan sus viejos juguetes del óxido de las maletas del ayer, los acarician y
los guardan atajando lágrimas de lejanía. Yo vuelvo a mis discos, y pienso en
ellos, pintando un paisaje detenido en el tiempo, con trazos de niño alucinado.
Son esos instantes secretos cuando Lars Hollmer exhala gemas pintadas con
crayones como Lylla-Bye, con su acordeón hiperbóreo o la inesperada cadencia
jazzística en bambalinas que surge del garbo circense de Frutbestamningen,
quedan cortas estas líneas para exaltar estas y otras miniaturas inauditamente
bellas e ingenuas del genio sueco, que tan maravillosamente estólido te dejan,
como Franklit, Soonsong, Paztema, etc. etc. Fama es que a Lars Hollmer le
gustaba grabar en su estudio casero no sólo con los visionarios más grandes de
la música de nuestra época, sino también con sus hijos y nietos que no cesaban
de transmitirle ese asombro, gratuidad y desparpajo propio de los niños. ¿No
parece su clásico Quickstep un carnaval en stop motion de desquiciados juguetes
de madera? Y también pienso en la discreta reunión que se llamó Julverne y nos
dio esas hermosas piezas de cámara que une lo popular con Messiaen en
Coulonneux, o en Pascal Comelade mapeando un pueblo de su infancia en la
irónica, satiniana solitaria y dulce Topographie Anecdotique, o en el Tom Zé
más romántico que nos emociona hasta las lágrimas con Passageiro y O Riso e a
Faca…
Jazz circense, por el gran clown Lars Hollmer Y claro que Robert Wyatt,
que no sólo hizo Rock Bottom, hizo Ruth is Stranger Than Richard y otras obras
maestras como Dondestan,Shleep, Cuckooland o Comicopera. Podría hablar de Wyatt por
horas, su temblorosa, tímida e infinita
voz cuya ternura nos traspasa como un cuchillo, vuelvo a escuchar Muddy Mouth, (que
está en Ruth)… el piano de Fred Frith y
esa voz que es como un gemido dulce, como una cascada otoñal que divide un
bosque en el cual nos perdimos hace ya tanto, cascada que un pez iridiscente
recorre jubiloso como el violín gozoso que cierra Maryan, en el pregonero
aúlico de Duchess o Sunday in Madrid, el relator dulce del drama de (¿ven?) A
forest, el paseante frente al oleaje nublado de la deliciosa cadencia de
Worship. Wyatt, el soñador que sólo quiere mirar en su ventana las bandadas de
pájaros emigrantes sobre los que quiere volar.
Escuchen esas joyas, Alien, Cuckoo Madame, Just a Bit… ¡Escúchenlo todo!
Bendito Robert, cuya sabiduría, humildad y dulces melodías siguen alumbrando el
páramo donde continuamos vagando.
El Reino Eterno que yace en
el corazón humano sólo puede ser hallado por los niños, ¿alguna vez occidente
volverá a jugar? Muddy Mouth, vaya, llore, llore...
Salvar la distancia entre una intención estética y su resultado final, llámese un cuadro, un poema o una sinfonía es una tarea que se ha hecho considerablemente ardua; esto puede sonar a lugar común posestructuralista. Pero una cosa es cierta: Existe una movilidad muchas veces divergente entre obras y público. El siglo XX se consagró como la era en la que autor y audiencias comenzaron a relacionarse con licencia de divorcio. Podemos dar miliardos de ejemplos de obras de todo tipo que hacen esta división una valla inmensa para muchos. Tanto por su considerablemente alta curva de aprendizaje como por mera desidia de un espectador dominical y aburrido. Las artes y su público parecieron olvidarse el uno del otro, peligrosamente. Sin embargo es aquí es donde ocurre un fenómeno imprevisto: Las audiencias comienzan a intercambiarse y esos linderos comenzaron a desbrozarse: Ahí está ese espectacular y divertido monumento a la palabra, llevada a sus últimas posibilidades, que es el Finnegans Wake. Un genio no puede romperla dos veces. No, los señores críticos que habían quedado sepultados ante la tromba que fue Ulysses no le perdonaron a Joyce su nueva odisea: El delirio políglota y multifónico de Earwicker.Esta obra literaria es odiada por los literatos, pero es amada por los músicos, que hicieron la mejor lectura precisamente donde Joyce quería, por sus significantes, por el incantante sonido de sus jitanjáforas y equívocos verbales de todo tipo. Interrogue el lector inquieto Roaratorio de Cage o el alucinante Requiem Für Einen Jungen Dichter de Bernd Alois Zimermman como mínimo. Asimismo es sabido que la amistad y la pintura de Kandinsky y el expresionismo de Kokoshka y Stefan George inspirarán la propia abstracción de Schoenberg y su escuela vienesa. Los expresionistas abstractos estadounidenses de posguerra pintarán sus grandes lienzos con Feldman o los minimalistas de fondo. Cortázar escribirá sus mejores páginas de la mano del jazz de Telonius y Satchmo, Nicanor Parra le enrostrará su antipoesía al establishment escuchando embelesado la lira popular de su hermana Violeta… y así, suma y sigue.
Locus Solus, con las tornamesas de Christian Marclay y Peter Blegvad:caos reptante...
La exhibición de las atrocidades
¿Qué hacer entonces con la insolencia, la estridencia y velocidad casi extenuantes de un John Zorn? Al gran maestro neoyorkino lo veo como la figura casi arquetípica de este problema. Jazzista negado por los jazzistas, compositor docto negado por los académicos, metalero furioso con un saxo alto en la mano haciendo que los hardcores se atraganten con sus propios escupos. Y, pese a ello, en los clubs downtowners donde suele encontrársele, el espectador nunca tendrá a ciencia cierta con lo que pueda salirle al camino este notable outlaw. En el virulento cross-over que Zorn propone conviven el ciclo de lieder para trío de speed metal con la improvisación libre estructurada, los solos que despliegan una multitud novedosa de multifónicos y técnicas extendidas para instrumentos de viento, sus accesorios, y silbatos de todo tipo, con inquietantes piezas de cámara inspiradas tanto en los cartoons como en esotéricas numerologías, a su vezbasadas en la gemátrica y en el oclutismo de la Golden Dawn, el klezmer y el canon de Ornette y Anthony Braxton, pero también de Stravinskyy Mauricio Kagel.
IAO, Invocation, música sacra
Algunos han postulado erróneamente que las estructuras para improvisadores basadas en juegos de guerra como Cobra, se basan en los conjuntos aleatorios y despreocupados de John Cage, merced esto a la confiada libertad que Zorn asigna a sus ensembles llenos de los mejores improvisadores del mundo, a quienes hace íntegros responsables del resultado sonoro de sus piezas. Sin embargo Cage se limita a hacer cuidadosos preparativos en base al I Ching, por ejemplo y se distancia del proceso en curso o sus posteriores réplicas. Como el mismo Zorn lo señala, la opción por la que él opta es la que Kagel, propone en sus obras, si bien el autor de Der Schall admite la imprevisibilidad de muchos de sus productos finales, el proceso mismo está cuidadosamente estructurado.
Cobra, un ensayo de fines de los '80 que aparece en el documental On The Edge: Malas compañías de Mr. Z.
Al igual que en Kagel, trabajos como la ya mencionada Cobra, Locus Solus, Spillaney otras obras, muestran a un Zorn perfectamente consciente no sólo del instrumento y el sonido que éste va a generar, sino del contexto de producción de géneros y sonoridades involucrados y lo que es sorprendente, el contexto del instrumentista mismo. Igualmente, es el propio Zorn y no muchos de sus deficientes exégetas el que ha ponderado otra influencia seminal, la de una obra tan infravalorada como Plus Minus de Stockhausen o las obras intuitivas del maestro alemán. Constructos de tiempo, espacio y acción engarzados en complejas series de relaciones de diversa especie, que retan a los músicos a establecer complejos vínculos entre sí de cooperación, de simetría y solidaridad, pero también de crisis, dominación, enfrentamiento y aislación. El resultado sonoro es vitriólico, rápidamente cambiante, pero nunca carente de emoción e interés.
Kristallnacht, klezmer fúnebre...
Modelo para armar
Como Kagel y Stockhausen, Zorn sabe muy bien lo que hace y eso irrita. Su estética va más allá del algo agotado epater le burgeois. Propone, descarta, vocifera y susurra a la velocidad del rayo, dividiendo a sus adversarios y derrotándolos en una blitzrkieg sonora única (Nada se malentienda aquí, el booklet de su seminal disco solista The Classic Guide To Strategy incluye reproducciones de batallas famosas, una de las tantas aficiones de Zorn). Como un zapping violento y espasmódico algunas veces, como un seductor ensalmo que acaba en un frenético colapso, como una obscena tortura que acaba en dulces frutos de placer. Fácilmente puede concluirse que esta obra es para iniciados y una burla descarada de la sociedad del consumo, un pastiche posmoderno despachado por un sangrón que prefiere los dibujos animados y el manga a la literatura “seria”, y, en fin, a todas las poses vacuas que las academias nos tienen acostumbrados. Pero detrás de toda la calculada exhibición de violencia hay contenido, buen hombre, y es hora de que prestemos atención. Es que el objetivo del saxofonista es exponer, desnudar la artificiosa construcción de la memoria que los media han hecho. Strip-tease o simple violación de imágenes, sonidos o ideas con las cuales hemos forjado nuestra visión (o audición)de lo real, expuesto cínica y brutalmente, para luego, despojado de connotaciones falsas, ser revalorado fresca, renovadamente.La música, (¡como en Kagel otra vez!) vuelve a quedar lista para ser oída, límpida, como realmente es. Es por ello que el autor de Kristallnacht no dude en señalar que todas las músicas son iguales. A la manera de Stravinsky, muchas de sus obras se construyen inspiradas en el montaje cinematográfico de bloques sonoros, con la diferencia es que estos bloques son fragmentos genéricos en sí.
Masada, jazz de la resistencia...
Ejemplo característico de ellos es la música de Naked City,el supergrupo que Zorn formará en los ’90, denominado por él como un taller de composición. Rasgo distintivo de los discos de esta banda es la superposición veloz de distintos géneros musicales, combinados dialécticamente, todo ello en tiempo real, un collage que no desdeña articular grindcore con bossa nova, efectos cinematográficos con miniaturas webernianas, una línea de Morricone (una de sus más notorias influencias) con una estampida de free jazz a altísimo volumen, dilapidación de frecuencias barridas de filtros sucios, al borde de la náusea, con blues de New Orleans, eructos y aullidos (cortesía de ese terrorista de la garganta, Yamatsuka Eye) con gentiles fraseos provenientes de la más pura tradición del easy listening, etc.
Naked City, dispara usted o disparo yo...
Magical Mistery Tour
Stravinsky acostumbraba a disponer la seguidilla de sus obras en torno a un concepto más o menos vago: Del primitivismo ruso al neoclasicismo, de éste a una peculiar lectura del serialismo, la música de Zorn hará otro tanto, pero más orgánicamente. Se aproxima, por cierto, a ese otro stravinskiano de malos modales, Frank Zappa, pero nos ahorra la parodia o ese coqueteo ambiguo con el mainstream del autor de Joe’s Garage. Es así como puede fijarse un período de la obra del neoyorkino que va de una relectura dialéctica de la tradición del jazz en discos como News for Lulu o el visceral Spy vs Spy (solamente el neoyorkino es capaz de crear esa quimera monstruosa entre hardcore y el free de Ornette) a la relación música y cine de The Big Gundown que homenajea -y reescribe- a Morricone al poliestilismo de sus Filmworks y la estética de ese genio subvalorado que fue Carl Stalling (el compositor de los cartoons de la Warner Bros). Del sadomasoquismo y otros placeres dionisíacos y prohibidos en Naked City, Slan o Painkiller, sus ruidosas bandas rockeras llenas de estrellas como Fred Frith, Bill Frisell, Joey Barron, Wayne Horvitz, Elliot Sharp, Bill Laswell, etc . Los últimos veinte años lo vieron transitar desde una acentuación de la denominada Radical Jewish Culture que se ve reflejada en el sincrético jazz-klezmer de Masada y sus diversas versiones acústicas y eléctricas, que lo han conducido a una espiritualidad sui generisclaramente inspirada en el esoterismo de Kenneth Anger y la sex magick del “hombre más malvado de la tierra”, Aleister Crowley, pero también el gnosticismo, la alquimia y otras tradiciones clásicas del pensamiento secreto occidental, en obras más recientes como IAO (Music in Sacred Light), el trio Moonchild con Mike Patton y Trevor Dunn, la saga The Dreamers,Music for Children, etc. Como siempre lo acompañan, aparte de los genios ya mencionados, lo más granado de la escena musical contemporánea. Muchos de sus compañeros, la totalidad de su obra y la de varias influencias de Zorn, como Harry Partch, Peter Garland, Milton Babbit o Morton Feldman, son reeditados por su sello Tzadik. Catálogo de valor inestimable.
Actuación reciente con Fred Frith... Sin palabras.
Es tiempo que se reconozca a John Zorn dentro de parámetros más serios. Quienes se cansen del oportunismo medio chanta del último Philip Glass, de Corigliano, de Tan Dun y los empalagosos neorrománticos (deplorablemente comandados por un irreconocible Penderecki) pueden comparecer ante su perturbador canon clásico y tendrán su recompensa. Más que recomendable es comenzar por Cartoon S/M, compilado especial en el que destacan sus notables cuartetos de cuerda. Quienes se cansaron de que los historiadores del jazz como Ken Burns insistan en terminar con Winton Marsalis tienen en Masada, los duetos con Derek Bailey, George Lewis o el clásico Spy vs Spy un camino válido de renovación permanente. Los briosos amantes de la carne molida no serán defraudados por Torture Garden, Guts of a Virgin o Astrodome de Naked City, Painkiller y Moonchild, respectivamente. Quienes aún aman los juegos improvisatorios sin fin vuelvan a Cobra o los años del sello Parachute, al más reciente Xu Feng o al extraordinario dueto con Fred Frith en The Art of Memory, (esta vez editada por Incus el sello de Derek Bailey) o sus sendas dos contribuciones editadas por Tzadik que resuman casi todo lo anterior, quienes aman la música de verdad, escúchen todo Zorn, simplemente. Si alguna vez las vanguardias le cerraron las puertas al público, este vanguardista innato las abrió para todos hace rato.
Bibliografía recomendada:
Como siempre, el insustituible, Plunderphonics, Pataphysics y Pop Mechanics de Andrew Jones, gran parte de las ideas que comento salen de este clásico.
Arcana: Increíble colección de entrevistas a músicos editada por el propio Zorn.