Showing posts with label Sun Ra. Show all posts
Showing posts with label Sun Ra. Show all posts

Saturday, March 13, 2010

Galería de instrumentos subvalorados (III)





Para un manifiesto ruidista

Las veleidades que asedian al auditor interesado -para su liquidación social sin remedio- en las nuevas músicas, parecen, misteriosamente confirmar la devoción que algunos no podemos dejar de tener hasta por el más mínimo bit que contenga frecuencias o formantes, que pueden ir del gamelan de Java a los cantos de los Pigmeos Aka, del rock delirante de Ne Zhdali hasta un cuarteto espectral de Georg Friedrich Haas, de una canción suicida de Swans a una antología de poetas y músicos escoceses, más o menos con el ludibrio promiscuo de una especie de Casanova sonoro que se mueve a través de los decibeles como por los canales de Venecia… Por cierto, buen hombre, que es una metáfora espesamente neobarroca, pero es el impetuoso íncipit que esta nueva entrega requiere. Consultado hasta el cansancio por mis pares e impares acerca de mi pasión casi religiosa por la música, no puedo sino sentir escalofríos al recordar las palabras que aquel célebre músico dijo que escribir sobre música es tan absurdo como oír una pintura o bailar sobre arquitectura (lo que no deja de ser interesante, en todo caso), pero como tengo que canalizar mi entusiasmo de alguna manera sensata y civilizada, heme aquí pues, terminando la saga de los instrumentos subvalorados que tantas horas felices me han dado, mientras los días terrestres siguen girando perdidos como un carrousel de barrio en el marasmo del atardecer de este mundo.

El empate

2) Clarinete bajo y fagot: Lo pensé, lo descarté, lo volví a incluir, como siempre, en el solipsismo agradable que suele rodearme (por qué será, oigo exclamar al perverso arconte de la higiene social), pero tengo que ser honesto: No tengo jerarquía entre estas dos nobilísimas maderas integrantes de la sección de bajos de la orquesta, eficaces y generosos dadores de nuances en el acompañamiento, sobrios solistas doctos, delirantes leaders en el jazz o la improvisación libre. Me seduce esta dualidad casi gnóstica de ambos. Del clarinete bajo me gusta su tesitura fluidamente cantante, que le da esa profundidad estremecedora en los graves y esa especie de atenuación o contención en los agudos. Pero también sus gruñidos burlones y falsetto embriagante erizado de armónicos pueden formar parte de sus posibilidades. Recuérdese su sonido cimbreante en The Sinking of the Titanic, por ejemplo. Extrañamente, sin embargo, sigue siendo un instrumento de excepción, tocado por uno de los clarinetistas. En el terreno solista, por el contrario, es el ataque agresivo y fractal de Elliot Sharp, la acrobacia tan idiosincráticamente holandesa de Willhelm Breuker y la posibilidad múltiple de lo táctil en Louis Sclavis, inter alia, los que garantizan una vida más que perdurable a la gramática de este bello instrumento, al cual el mismísimo Wayne Shorter ha adoptado en la etapa más reciente de su carrera.



Su primo algo distante, el fagot (emparentado, en verdad, con el oboe, el corno inglés y ese desconocido, el heckelphone) parece enfatizar aún más los contrastes: Cómico en los stacattos (el ejemplo más célebre es el tema del Apprentiece socière de Paul Dukas), gimiente en los agudos, solemne y vagamente macabro en los graves más extremos. Este versátil instrumento suele no faltar en los grupos orquestales, tiene escaños hace ya siglos en la sección baja de las maderas. Su agradable maridaje con las violas y los cornos franceses es recomendable y receta frecuente de los compositores clásicos. Son escasos los conciertos para fagot y conjunto instrumental, raro porque es capaz de ejecuciones altamente virtuosas y de generar sonoridades multifónicas con todo tipo de ataques y técnicas extendidas. Ejemplo notable es la Sequenza XII de Luciano Berio. En el terreno del rock Lindsay Cooper aporta los bellos matices de esta madera al sonido inconfundible de Henry Cow, y posteriormente a News from Babel (increíble grupo que congregó en dos magníficos discos a Cooper, Chris Cutler, Dagmar Krause, Zeena Parkins y Robert Wyatt), aparte de su propia obra solista; no puede quedar fuera Michel Brekmanns quien hizo lo propio en los primeros discos de Univers Zero y en Musique pour L’Odisee Art Zoyd. Gil Evans y Sun Ra son pocos de los músicos que lo han incorporado al instrumentarium del jazz, probablemente víctima de la imagen esclerótica con que la música de orquestas es presentada en los medios o en los propios ojos un tanto prejuiciosos de muchos jazzistas, quizás por su imagen tan europea, raro, porque la gran mayoría de los instrumentos usados por ellos son del viejo continente, not so drop dead sexy perhaps?



El instrumento más triste del mundo



1) And the Oscar goes to… Existente desde el siglo XVII, ninguneado por casi doscientos años, relegado a los registros medios de la orquesta para reforzar la armonía, tocado con mala gana por violinistas losers, tal es el lamentable prontuario que este bello instrumento, el más triste del mundo, como lo llamó un músico, ha debido cargar tan injustamente: La viola. Su tenue registro alto no tiene el poderoso clamor del violín o la voz telúrica del cello. No es fácil posicionar los dedos a lo largo de los trastes y la dinámica del instrumento no presenta la contundencia que uno esperaría por el tamaño de su caja. No obstante, todas las técnicas de arco, pizzicato y producción de armónicos y efectos le son tan válidamente aplicables como sus hermanos tan famosos. Salvo en Mozart o las últimas piezas de Beethoven, hasta comienzos del siglo XIX ni en la orquesta ni en el conjunto camerístico par excellence, el cuarteto de cuerdas, los compositores rutinariamente escriben partes de mero refuerzo de la sección de arcos. Como se sabe, es Berlioz quien compone uno de los primeros trabajos virtuosísticos para la viola y nada menos que para las manos demoníacas de Nicola Pagannini, Harold in Italy. A partir de entonces, pero de un modo muy paulatino comienzan a aparecer nuevas piezas para su repertorio, pienso en secciones de las Images de Debussy o las numerosas contribuciones que realizó Paul Hindemith, quien, de hecho, era violista. Pierre Boulez le da un sitial de honor en el escencial Marteau Sans Maitre. Bela Bartok en su magnífico ciclo de cuartetos de cuerdas le otorga un rol de primacía. En el sexto, de hecho, es la viola la que canta el tema central, el Mesto, en torno al cual se enlazan los casi heterogéneos movimientos de la obra, un tour de force para el conjunto que transita de melodías de regusto gitano húngaro a una notable parodia de sus contemporáneos Stravinsky y Schoenberg, la Burletta; el mesto, empero, reaparece una y otra vez, recordándonos la melancolía profunda del autor, en dramática relación con su contexto artístico y personal, that’s art, fellas…

Como instrumento solista, la viola ha recibido trabajos perdurables que definitivamente la sacan del pretérito rol de comparsa. Luciano Berio, otra vez, con su notable Sequenza IX, el último Gyorgy Ligeti con su Sonata de 1993. Garth Knox, el virtuoso exintegrante del espectacular Arditti String Quartett (uno de los mejores ensembles de la historia) registra notables piezas de Giacinto Scelsi, Horacio Radulescu y Tristan Murail en el fundamental The Spectral Viola. En el terreno del rock, otras veces he comentado la poesía y la pasión de John Cale o la reminiscencia folk que Fred Frith hace en el epílogo de Rock Bottom de Robert Wyatt. La línea de fondo que teje Cale mientras Lou Reed canta Sunday Morning, el ya citado Mesto de Bartok, son líneas que penetran las entrañas con dolor redentor, parafraseando al hebreo. Quizás, ahora que termino de redactar estas líneas, entiendo parcialmente mi obsesión con este instrumento. Lo pienso como un poema de Rosamel del Valle, una pintura de Utrillo, un film parpadeante de seppia de un piel roja muerto bailando, una calle estrecha de Saint Andrews o una pequeña caleta de Arauco antes de ser arrasada por las olas, un instante melancólico y secreto, frágil, olvidado por la arrogancia cultural de los caudillos y las camarillas, cuyo fulgor, una vez advertido, una vez descubierto, como el fantasma en el ático, como el tesoro en el sótano o enterrado en el jardín abandonado, se impregna en el espíritu, muestra el camino, la salida, tal es su victoria, discreta, tal es su diamante, su talismán y su canción.

Thursday, December 07, 2006

En el principio era el sonido y el sonido era Dios



Al examinar algunos comentarios gnósticos sobre religiones de la India, me encontré con esta interesante declaración que aparece en los Vedas:

En el principio era el sonido
Y el sonido habitaba en Dios
Y el sonido era Dios


Las analogías con el primer capítulo del Evangelio según San Juan no dejan de motivar el asombro, pero esta afinidad entre sonido y divinidad genera sin duda varias inquietudes. Algunas de ellas las pretendo bosquejar en esta oportunidad.

¿Cuándo y cómo el sonido se transforma en significante? ¿Cuándo se transforma luego en símbolo, arte y alegoría? El Boulez más reciente busca respuestas al hablar de universales en la música al igual que los universales lingüísticos. Las distintas músicas étnicas y religiosas la proponen indisolublemente ligada al rito, a la expresión comunitaria del diálogo con lo trascendente, en la cual el músico -y su hijo pródigo, el poeta- son instrumentos de la voluntad y acción divina, llámese musa por el griego o duende por el gitano, esto es, una entidad espiritual que lo utiliza como vía de canalización de una videncia o experiencia hacia sí mismo y la comunidad. La música, aunque ligada al texto por vía precisamente del canto, el hechizo, sugiere la captación del sentir o pensar de los dioses, la representación inconsciente del cosmos y sus fuerzas. ¿No es acaso esa la intención del libro sagrado de los lamas tibetanos, el Bardo Thodol, que traducido eso Liberación por medio de la audición? Escucharlo a través del increíble cántico con sobretonos de los monjes del Monsterio Gyuto sin duda deleita, enseña y mueve. (Se piensa que la lectura en voz alta del Corán en su original árabe provocaría efectos parecidos)

Ello puede ser un proceso cognoscitivo tan radical que el lenguaje verbal se vuelve incapaz ya de representarlo. La glosolalia que brota espontáneamente en ciertos eventos religiosos como muestra de éxtasis es una prueba de ello... pero no las vibraciones que surgen de la tesitura de los instrumentos que la revelan ante los hombres. Es lo que Sun Ra, aquel profeta moderno ignorado por las masas ciegas por la comodidad del consumo postuló cómo las vibraciones de sabiduría, de belleza, de poder que surgen de los íconos de las más pretéritas culturas y sus sonidos anidados en el lago del olvido. Véase al respecto la magnífica cinta A Joyful Noise dedicada al Maestro y su maravillosa Arkestra.

Algunos, como Stravinsky han negado la capacidad de significado de la música, para estos autores, cualquier ideología que sugiera la música atenta contra su comprensión formal, por ello deliberadamente luchan por vaciar de significado una partitura, desconociendo la gramática eventual que los sonidos suponen al integrar una estructura musical. Tal como asevera John Dack, incluso en una obra tan aparentemente “formalista” o abstracta como Kontakte de Stockhausen es posible detectar y reconstruir una narratividad, por más aparentemente lejano que esté el propósito del autor de hacer música programática, lo cual es cierto, pero lo que se pone de manifiesto es que no puede librarse una obra musical de una reminiscencia de sentido, de una macroestructura que genera al auditor la posibilidad de suscitar en su conciencia imágenes o ideas (términos más que afines etimológicamente) de manera casi inagotable. Es lo que con franqueza espera el mismo Mauricio Kagel en una obra como MM51, especie de de metabanda sonora vacía de un film de terror hecha en base a citas y clichés propios de este género de cine, esta pequeña pieza persigue que el espectador “a partir de elementos dramáticos de origen dispar, se construye él mismo una representación nueva y original, aunque privada, secreta” (extraigo la cita de la vibrante apología kageliana escrita por LlaurenÇ Barber, ese otro gran outsider). La inocencia del argumento de Stravinsky y del de muchos críticos exclusivamente formalistas queda rápidamente demostrada, más aún si se persevera en trabajos dentro de esta noción de música como gramática per se de símbolos, como la de The Residents (la música como sistema intercambiable de citas degradadas por la cultura de masas), Frank Zappa (en particular su concepto de películas para los oídos), John Zorn (la música y las músicas como un continuum de historia social y cultural) y un largo etc.

Desde otra perspectiva, el Stockhausen postserialista también se involucrará en el “ritual de la vibración” ya desde sus primeras obras para piano pero con fuerzas singular en especial desde Aus den Sieben Tagen en adelante. Estas últimas piezas, enteramente improvisadas, las concibe Stockhausen como la utilización de cada intérpete como un receptor de radio a manipular para captar las vibraciones del universo. Claramente recrea el maestro alemán, ese posmoderno Wagner, desde esa obra hasta sus últimas obras, el ciclo Licht y el nuevo, Klang, la noción de música como ritual de la vibración que es revelación, que es poder, que es sanación o al menos esperanza. Tal como lo hizo Giacinto Scelsi, (mal llamado el "Charles Ives italiano"), que concibió una música alucinante en las que predomina un sonido o al menos la sumatoria de un sonido y sus sobretonos, en un devenir espectral que sobrepasa la tesitura tradicional de la orquesta llevándola a nuevas posibilidades de timbre y registro y seduciendo al auditor con la poderosa evocación de otros tiempos y otros lugares. Los títulos de algunas de sus composiciones lo reflejan: Pfhat, Maknongan, Hurqalia, historia de amor en una tierra lejana (se refiere al paraíso sufí, me sorprende que ningún comentador lo haya notado), Uaxacatum, etc. Fama es que Scelsi, víctima de una profunda depresión que casi lo llevó a la locura al sufrir el abandono de su familia pasaba largas horas tocando una sola nota en el piano. De pronto, al reiterar este ejercicio algo descubrió en esas vibraciones, su vida cambió y encontró salud (o salvación, otra afinidad) en esos sonidos: Aquello que los espectralistas denomina la vida interior del sonido, pero no lo redimió una dudosa musicoterapia, sino el fragor poderoso del cosmos y su mágica familiaridad latiendo en esas poderosas, hermosas, terribles vibraciones de belleza, de poder, de sabiduría.

Hipertextografía:

Catálogo de obras de Giacinto Scelsi
http://mac-texier.ircam.fr/textes/c00000086/

Narratividad en Kontatke de Stockhausenhttp://cec.concordia.ca/econtact/SAN/Dack.htm

MM51 de Mauricio Kagel: Aloys Kontarsky (piano)