Sunday, May 04, 2008

Magma Fields For Ever II: Zundography









1001 Centigrades






Contexto preliminar

En un voluminoso, y algo ambicioso, tratado sobre filosofía y música, Fubini incluye un interesante pasaje de Hanslick, aquel célebre enemigo de Wagner, en el cual, al referirse a los fundamentos que debería tener una pieza musical de real logro estético, recalca, como condición sine qua non su espiritualidad; en líneas simples -equivocada a veces, visionaria a otras (fue, al revés un propagandista entusiasta de Brahms)- señala que la música sin una base espiritual simplemente se vuelve algo vacuo y meramente efectista, si, en cambio, se centra en un horizonte trascendente la postulación de una forma sonora efectivamente adquiere valor. Ahora bien, esta espiritualidad no tiene por qué explicitarse en el logos cantado, como lo prefería Goethe, la “teología acústica” de Bach es la prueba de ello. En la música, forma y contenido son uno: La espiritualidad puede encontrarse en la misma forma del discurso sonoro. Pienso que, con la devaluación del logos en occidente, la experiencia mística de la música aún sigue comunicando exitosamente lo trascendente.



La actitud de Christian Vander, vista de esta perspectiva, me parece de una consecuencia notable. Siempre he sostenido que el rock carece de crítica seria en los medios, (Simon Frith como excepción notable), y pocos son los estudios serios sobre el aporte compositivo del autor de Kohntarkösz. Vander inventa una “nueva” lengua, desconfía del discurso verbal racional y busca un lenguaje que apele al receptor a través de sus significantes, insertos directamente en la articulación de la música y que comunican exitosamente, para el receptor adecuadamente dispuesto o “sintonizado”, semejante experiencia trascendente. He citado la glosolalia de los ritos de las iglesias negras en EEUU o el final del Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz en este sentido. El kobaiano es una lengua que viene a solucionar los problemas semánticos porque pretende comunicar en su ritmo y articulación sentimientos e intuiciones profundamente arraigadas en el inconsciente colectivo. La diferencia con otras experiencias catárticas del rock como, por ejemplo Gong, Hawkwind o Grateful Dead es que esta fuerza espiritual no es conformista, cínica o escapista, sino que critica abiertamente, educa, quiere liberar mentes acomodadas en el negocio psicosocial de la música comercial, de ahí su peligro y la injusta postergación de los medios.



Quiero dedicar varios artículos a comentar algunos discos que estimo imprescindibles dentro de este proceso. Vander programó su grabación como una secuencia conceptual en torno a Kobaiä, Kohntarkösz y otros mitemas que retratan la lucha espiritual de la luz, el conocimiento, la libertad y la tiniebla de la ignorancia. Más allá del bien y del mal, Magma postuló una idea, una actitud, que iban más allá de la sensualidad chauvinista del rock o del virtuosismo vacío del jazz. Véase en este sentido, la carátula del infravalorado disco Udü Wüdü, diseñada como muchas portadas por el mismísimo Klaus Blasquiz.







1001 Centigrades o la verdadera génesis de la zeuhl musique



Tras el comienzo un tanto misceláneo del primer disco, a excepción del notable tema Stoah, la identidad sonora de Magma comienza a perfilarse con mayor integridad en este disco publicado por Phillips en 1971. El primer tema es firmado por Vander y los dos restantes por el trompetista Teddy Lasry y el tecladista Francois Cahen; éste último, con el reedist Jeff Seffer, dejará luego la banda para formar el destacado spin off de la zeuhl que es Zao. Ambos temas, "Iss" Lansei Doia y Ki Iahl o Lihak, respectivamente , están más en la línea del jazz rock señalado por Soft Machine, aunque el sincretismo folklórico europeo se acentúa ya con personalidad propia, como el ciclo de quintas y la marcha militar que destaca en "Iss" Lansei Doia . Relativo a esto último, no es difícil presumir que los malentendidos sobre el supuesto carácter nazi de la música de Magma vienen de este tema, acentuado por las voces de mando en kobaiano de Klaus Blasquiz, de lejana raíz centroeuropea, es cierto, pero en ningún caso pretendiendo ser banda sonora de nuevas hitlerjugend de ninguna especie. Lo que realmente interesa es que, por vez primera, se escucha un disco de rock europeo que nada le debe a las influencias negras del invasivo pop de los EEUU e Inglaterra, cortesía del bombardeo mediático del Plan Marshall. Bueno, es mejor eso que ojivas atómicas, supongo…



La búsqueda por un sonido propio se hace evidente en el tema que Vander aporta para el disco, Riahh Sahïltaahk, que ocupa la antigua cara uno del disco. Este tema, estimo, es la mejor introducción a Magma, pues incluye una serie de elementos característicos del sonido zeuhl: Numerosos e intempestivos cambios de tempo, signaturas de tiempo inhabituales, polirritmos, estructura acórdica donde predomina la modulación y el obsesivo énfasis en la repetición de tritonos; todo lo cual me sugiere que Vander unificó numerosos trozos dispersos de composiciones inconclusas, (repetirá esta fórmula varias veces).



Este disco será de decisiva influencia para el rock francés posterior: Las marcadas líneas de bajo de Francis Moze anticipan el trabajo de Thierry Tzaboitzeff en Art Zoyd, y en el de otras bandas como Heldon, Univers Zero, Shubb Niggurath, etc. También es posible encontrar armonías de resabios bartokianos y orffianos como el marco que sustenta las angulares melodías de Vander, las que incluyen dramáticos saltos de octava y que requieren muchas veces del uso de técnicas vocales extendidas. En el caso de Klaus Blasquiz, voz líder de Magma en la primera parte de la historia del grupo (hasta Ataahk, de 1977, disco en el cual Vander asume totalmente la voz principal) ya en este trabajo abandona el gesto bluesero de su voz, que llena todo el primer disco, para utilizar su dotado registro en diversos falsettos, multifónicos y vocalizaciones de estilo folklóricos, salidas de su propia herencia vasca, esto último a sugerencia del propio Vander. Lo apoya decisivamente éste último, con ese vozarrón que no se olvida fácilmente. Los teclados de Cahen y los bronces doblados por Lasry y Seffer , aportan puntual contenido armónico a las articulaciones afiladas del tema, contrapunteado por la siempre contundente batería de Vander, quien, a su vez sorprende con delicadas líneas de piano que sirven como contraste a la brutal intensidad que predomina en gran parte del tema.



En Riahh Sahïltaahk, surgen, en resumen, los componentes de tesitura característicos de los discos posteriores: Primacía del bajo y la batería en la mezcla, arpegios repetitivos en teclados rhodes, ostinatios marcatto en el piano, tratado más percusiva que melódicamente, bronces y ocasionales guitarras apoyando la base armónica, rol frontal de las voces comandadas por Blasquiz y Vander que agotan la gama de registros de la voz humana una y otra vez, ya sea con los agudísimos falsettos de Vander o los sobretonos debajo de la octava grave de Blasquiz. Ambos cuentan en este disco la segunda parte de la saga de Kobaia, cuando los Eternos deciden volver a la tierra a comunicar su mensaje redentor: El arrepentimiento o los 1001 centígrados de calor solar que recibirán si no cambian su rumbo perverso. Como para que tiemble Bush y sus halcones, hoy devenidos en meros pajarracos de cuenta. La potencia telúrica del disco se complementa con esta clara admonición para el espíritu. Burlarse de este mitema es fácil en la era del zapping y la actitud blasé, es mejor elegir entender. El discurso cuestiona, la música hace el resto.



El disco en su conjunto trae el despliegue rítmico propio del mejor virtuosismo instrumental, pero sin caer en el vacío que caracterizó al jazz rock posterior (instancia cuya mezcolanza extrañamente tardía debe adjudicarse no a Miles Davis, sino a Zappa y a Soft Machine), como dijimos, la música está al servicio del poderoso concepto introducido por Vander, quien, a la manera de Sun Ra y Albert Ayler, a la manera del perseguidor del cuento homónimo de Cortázar, busca que la música guíe la energía ciega de la voluntad hacia el camino a casa: La libertad, más allá del cosmos.

Los vulcanólogos dicen que una erupción ocurre cuando el magma se acumula en las entrañas del volcán y satura cierto nivel, entonces se libera, arrojando su energía incontenible hacia el cielo y la tierra transformando su entorno dramáticamente. Cuando Christian Vander visionó este concepto hacia 1967 sin duda sabía qué potencia visceral es la que el mundo necesitaba para despertar de su letargo. Hoy el rock, vacío, mediocre, reducido a ser un mero placebo enlatado, necesita que ese volcán una vez dormido ruja en su abúlica cabeza.


Hipertextografía:




De Futura 1977, ¡increible!

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